Detrás de la barrera rota aparecía un nuevo ambiente, una joven adulta miraba con ojos fogosos de rabia. – ¿Qué quieres?-dijo con severidad lacerante.
-Un padre no puede evitar ser despreciable, pero puede tragarse las lágrimas para que la tristeza y el sufrimiento, sin escapar, sean armas en nuestra responsabilidad. No quiero más que invitarte al cine.
La joven expresaba solo impaciencia, en una postura resoluta:
-No, ya no tengo el más mínimo respeto por ti, menos cariño.
-Al menos permíteme dejarte un viejo álbum de fotos, tú encontrarás mejor uso y es lo justo que las tengas, a la sazón, muñecas y princesas nunca sobran cuando uno envejece.
Al recibir el vetusto tomo la puerta se cerró.
-Uno nunca pierde la esperanza- dijo bajando las escaleras, soñando sobre el futuro.
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