Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

miércoles, 6 de abril de 2011

Brumosa soledad


La inagotable pradera del oeste norteamericano sacudía con el viento las ondas de verdes olas bajo un cielo virgen. Gota a gota llenaba de la cantimplora el blanco vacio en unidad. El caballo bebía, las plumas en su cabeza recibían el viento, cargando el júbilo posterior a una caza exitosa. La comunidad Dakota celebraba, familias o clanes, toda distinción desaparecía ante la poderosa mano oculta que los unía.
En este ambiente de fiesta, dentro de una tienda de cuero en las afueras de la aldea se encontraba una joven mujer. Chu’ma Ni estaba enferma, asediada por la fiebre, que le impedía danzar con el resto, su dolor era ermitaño, dentro de su hogar quería dormir, dormir y no escuchar la alegría que afuera tejían los cantos y pasos de un fuego conspirando con su gente. Sucumbiendo a la melancolía, recordaba escenas bellas de otros bien pasares. Recordaba en ese momento sus amistades, Che Tans’ka y Che tan’zhi, se veía a sí misma con ellos aprendiendo de la naturaleza, sintiendo el viento consolar sus males, viendo juntos las estrellas.
La fiebre consumía sus gratas memorias, trayéndola a su triste soledad. Deseosa, pero rendida, quiso caer en un sueño profundo, añoraba un mundo que la esperase, la liberase de la jaula venenosa en que prisionera, alucinaba con visiones de un mar violento. 
Ahogada, entre sus pestañas penetraba el olvido de un desierto desolado, cuando de aquella prisión ciega y oscura fue desterrada por medio de la luz repentina que la sacudió. Su tienda había sido levantada de sus raíces, rodeaba por enérgicos rostros conocidos. Che Tans’ka y Che tan’zhi habían movido la fogata, Chu’ma Ni no tuvo que levantarse, y disfruto el resto de la noche entre chistes y cuentos de antepasados, rodeada por seres amados.
Gota a gota caían los vestigios de cerveza en el profundo vaso. Arrastraba su mano por la roja nariz mientras decidía que hacer, acompañado por paredes vacías, colgaba del último rastro de alcohol, esperando el sol, para salir una vez más, en su casa suspiros callados pedían jamás retornar, rogando de rodillas por un hogar.

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