¿Pero, qué es un bosque? He pasado toda mi vida en uno y no tengo la menor idea que significa esa palabreja. Sé que hace unos cuantos inviernos la compañía no era tan monótona como ahora, rodeado de árboles y más árboles. Francamente no puedo llevarme bien con ellos, son tan poco interesantes, no sienten la más mínima inclinación a seguir creciendo. Veo aquellos con pocas hojas, en un júbilo acérrimo de inercia, satisfechos con venerar el sol que tan mediocremente ilumina, celebran la esporádica caída de exigua agua, contentan el miserable estado del suelo ¡Oh yo era feliz cuando mis niñas venían! Esas prendas rosaditas y alegría que sus libres piernecitas traían eran bastante para justificar mi presencia. Que nostalgia recordar las cosquillas provocadas por sus osadas deslizadas en mi tronco, cómo montaban mis ramas y lanzaban piedras al suelo. Ahora solo tienen tiempo para presidentes y asuntos irrenunciables. Nunca comprenderé la necesidad humana para inmiscuirse en el orden y el aprendizaje, en todos mis inviernos nunca un presidente ha hecho cambio alguno en la manera que los niños corren o se columpian.
Pero ahora no soy un árbol. Ahora soy bosque, área verde, un funcionario cuyo propósito es entregar oxigeno, ser porcentaje legal a competir con las mole de piedra y acero que erigen despreocupadamente. Ya no soy un árbol, el árbol no deja ver el bosque.
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