Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Sobre los ideales



 Un acto, tanto uno redimible como un crimen sangriento, como todas las vicisitudes alegres y tristes son matices sublimes del mismo deseo, todo por una promesa. Una de ricos y pobres, de viejos y jóvenes, de esclavos y opresores, de militares y médicos.
Una chispa intrínseca, vislumbradla en toda su luz desde la sombra, ahí cuando nace la misma esperanza es cuando surge el deseo, el ansia vehemente por la felicidad.
¿Quién podría rompernos esta promesa?
“El juicio vendrá, y será resoluto” La gente es juzgada por esta confinidad subversiva que le tienen a otros, al mundo, es el destino que cuando los deseos personales se contraponen a la voluntad del cosmos, su existencia sea mancillada como una bruma de errores y pecado.
¿No es el destino del sufriente sufrir? ¿Habría sido Jean Valjean menos persona si no hubiese seguido el camino de la rectitud y la expiación? ¿Debemos someternos? ¡Qué rebeldía inspiradora la de los miserables, pero será el odio, el padre de todos los males! Cómplice de él la desesperanza y la convicción. ¡Maldito el que busca un rayo de esperanza! Mejor que tenga un arma en mano.
¿Qué sabrán los victoriosos de haber nacido en la más apabullante derrota, y vivir asediado?
En lo más remoto, todos los ideales morales, todos los sentimientos y venganzas, una animosidad incontrolable por la justicia divina o un desenfreno por la defensa ficticia de vergüenzas e ilusiones, del equipo de futbol, la familia, la nación, el amor, la mujer, el hermano. Todo sucumbe a la miseria.
La voluntad de poder y la fuerza de la disciplina, un intercambio de proporciones mitológicas que se ve en la panadería. Una crisis en la perpetuidad. Será el dinero para valorar las cosas, o para tener valor, será la costumbre, el conocimiento y los títulos algo perverso, o solo algunos colores más de un lienzo demasiado grande, uno de artista ausente.
Que todos luchemos por lo mismo no significa nada para nadie. Por qué habría de importar, no es sorpresa, cuando vemos solo algunos colores. No existe tal cosa como una empatía universal o una declaración de los derechos humanos. ¿De cuales humanos? Pregunto yo
No hay justicia sin igualdad. La libertad de uno termina donde comienza la del otro. Todas frases lindas, de gente muy inteligente. Una ingenuidad tremenda creer que la razón tiene algo que pintar aquí. Condenar al esclavista de antaño, mas pasar de largo por el vagabundo en la calle. Vaya remodelación de la conciencia.
¿Qué hacer contra esta condición tan violenta?
Podemos respetarnos. Hasta que el día llegue cuando explote el cielo y escupa fuego, cuando una invasión alienígena o un cataclismo terrestre, quizá un apocalipsis nuclear destruya todo lo que creemos nuestro. En ese instante seremos todos humanos, hay que esperar al velo negro y el cielo rojo para ver lo inaudito: Que nos queramos.

jueves, 23 de diciembre de 2010

El imperio de al lado

Cayó en la atención de Gengis Kan que la tierra de los chinos era más verde, con mejor pasto, más prado y ganado más saludable. Decidió entonces, reunir a las dispersas tribus en pugna y llevarlas a la gran muralla:
 Knock knock-se escuchó cuando el dirigente tocaba las puertas
¿Qué desea?- Respondió el guardia a quien había interrumpido, pues estaba distraidamente pintando el Sol, que era particularmente bello esa tarde.
-Buenos días querido vecino, vengo con una horda de 150.000 hombres a caballo y quiero hablar con su jefe.
El guardia contempló la vasta tierra delante de la muralla, normalmente desértica y deshabitada estaba ahora expectante, sentía el aliento de los innumerables caballos adherirse a su prado, agitando el débil brote de yerba. Contestó con voz firme y clara:
-Inmediatamente señor
Se abrieron las monumentales puertas y entraron galopando interminables tonos de coloridas bestias, que acompañadas por la cacofonía de la estremecida tierra, sugerían sin sutileza un cataclismo.
-Soy el emperador Wanyan Yongji. ¿Qué lo trae a mis dominios señor?
- Mis compatriotas y yo nos hemos percatado recientemente que su imperio posee mucha mejor tierra y más terreno que nuestro hogar, vengo a solicitar la entrega de una región para que nuestro ganado se alimente de su rico pasto, que es lo más justo.
El emperador frunció el ceño mientras escuchaba. Habiendo terminado de dictar Kan su ultimátum, tornó la vista al frente, miró por algunos segundos en silencio y con semblante perturbado. Dirigió entonces la mirada nuevamente a Gengis Kan:
-Oh que pena, no sabía que nuestro imperio poseía más tierra y riqueza que otros. No la necesitamos ¿Por qué habríamos de tenerla? Por supuesto, quédese con toda la región norte.
Gengis Kan entonces cabalgó con sus 150.000 hombres. Establecieron una cultura en la región norte de China, dejando un legado inolvidable por sus pacificas costumbres, su buena música y la ocasional fiesta que compartían con sus vecinos, cuando la cosecha era buena y los árboles fértiles.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Sobre la religión

¿Qué es la religión? ¿Es el opio del pueblo? ¿Es la esperanza y el sentido? ¿El motivo, o la consecuencia?
El concepto es tan apabullante que demanda años de divagaciones. Conversaciones imaginarias con una deidad concebida e invocada a mi propia mente, a explicarme algo que muy bien no entiendo y que seguramente acabará convenciéndome de absoluta ignorancia en resignación, o bien sometiéndome a la atractiva idea de una verdad falsa. En efecto, sobre los grandes temas de la humanidad todas las verdades son también mentiras.
La religión no es una actividad ni una creencia. Es una vivencia. Un acto constante que se torna alrededor nuestro como otro sentido, una forma de percepción, como el olfato, de la cual nos percatamos ocasionalmente. Lo que todos huelen, aunque no acostumbren usar su nariz, es que en la religión hay dos factores de universalidad:
 La relación del sujeto con la divinidad, a la cual podríamos llamar religión vivenciada de manera introvertida. Lo divino, lo sagrado, Dios.
El rol de la religión en la moral y las relaciones sociales de los sujetos de acuerdo a -  y simultáneamente con -  ella.
Antes de continuar: está muy claro que la idea de Dios, Iahvé, Alá, Ganesh, incluso de Johnny Deep en los sueños recurrentes de mujeres jóvenes, ha estado presente desde tiempos inmemorables. Incluso antes que naciera Johnny. Sería peligroso, pero no imposible, suponer que la religión nace junto al ser humano. Lo paradójico es que actualmente se grita en los medios ateos y por los cientificistas encarnecidos al oído de jóvenes escépticos y furiosos que la religión, como Dios, es una tontería poco racional basada en patrañas, inventada para explicar fenómenos que no entendíamos antes que la buena ciencia - la ciencia empírica- llegara a enseñarnos de que se tratan las tormentas.
Los símbolos no son tonterías. Son símbolos. Son universos paralelos de interminable, inimaginable e  incomprensible dimensión,  al cual accedemos por un fragmento de realidad simpático, que instantáneamente convierte el viaje en algo natural y cotidiano. Si hablamos del primer ser humano, hablemos de quien primero hizo esta travesía. Se trata de un pasaje:  de un estado de conciencia primario-animal, a uno no de la razón, como suponían los ilustrados, sino de la conciencia con el mundo y a la vez distanciada de él.
La primera vez que un hombre enterró a su compañero de caza ¿Qué querría decir él con esto?     Era una mutación, una reforma en la cual el primero reconocía el mundo y se reconocía a sí mismo como agente activo de él. Lo que hizo al reconocer parte del mundo no fue lo que harían los capitalistas actuales, pensar en producción, en alterar este mundo para mi mejor juicio. No, este nuevo poder era sublimemente aplastado por otro poder mucho más grande y majestuoso. La imaginación. No solo la de soñar despierto con unicornios y ollas mágicas doradas- que no está mal- sino la imaginación del ser para vivir en el mundo y a la vez fuera de este. Esta religión me interesa. Es la religión que hace al hombre caer de rodillas y rezar. La figura de Dios y lo divino es tanto más omnipotente cuando no recitamos metalenguaje concreto instruido y alimentado desde la más tierna infancia, ni cuando imaginamos sentado un anciano en un enorme trono encima de las nubes. Dios es el mundo porque el mundo es absoluto. No es el mundo real. Es nuestro universo completo. El creador de la conciencia humana. No es sorpresa que vayamos a la iglesia a agradecerle, pues le debemos gran parte de la existencia.
Se ha comprendido que Dios no es un lugar, ni  un ente, y se encuentra dentro de nuestra alma misma. Luego de avocarse a esta veneración coincidió que el humano estableció sociedades. Ocurrió por algún momento que a algunos jefes se les sugirió tomar “cargo” de Dios. Se dieron cuenta, con cierta razón que no hay mejor rol para gobernar que el omnipotente. ¿Quién mejor para controlar las leyes que el omnipresente?    Aquí nace el control de la religión sobre el pueblo. Es el pueblo quien le da poder. Ocurre con la religión como ocurre con la injusticia. Los intercambios sociales de tipo moral-religioso siguen funcionando mucho mejor en el día de hoy cuando no se encuentran envueltos en un velo de desesperación engendrado por  el miedo, o de confusión sobre el discante faraón mortal que no puede hacer caer gotas del cielo.
El rol positivo de Dios en la vida del ser humano, es decir, el de un Dios moralmente bueno, supondría que la ética fuera algo definible u ostentable. En realidad, la mayoría del tiempo es algo dinámico y polémico. No culpemos a la religión, o a Dios por los asesinatos en su nombre. Los asesinatos los hacen las personas. A pesar de esto, la gente va a la iglesia. Constituye una separación tajante entre la inviable moral de los escribas y lo sagrado, que es, en definitiva, una expectativa constante y antiquísima del hombre por someterse al amor incontrolable  a la vida, y el odio naciente por  la frustración de lo que ella no le trae.

martes, 21 de diciembre de 2010

La historia de una hormiga

Era primera vez que recibía una carta. La abrí, consternado, esperando cualquier cosa menos lo que leí.
  “Lamentamos informarle que debido a la nueva oleada de obreros que nuestra reina engendró, además del limitado espacio para cargadores debajo de una frutilla, nos vemos obligados a prescindir de sus servicios.”
¿Qué debo hacer? He sido cargador de frutillas toda mi vida. No estoy calificado para las tareas más complejas, como diseñar túneles o ingeniar transporte de carroña. No estoy instruido para ello ¿Es qué me ha llegado la hora de un exilio mudo?
¡No! Esto es una oportunidad, ahora que tengo tiempo libre puedo dedicarme a hacer lo que se me dé la gana.
¿Qué hormiga querría otra cosa?
Sentado en el suelo desierto de su habitación, contemplaba su cama en silenciosa complacencia, preguntándose a qué hora podría nuevamente comer, cuánto tiempo habría de esperar el anochecer.
No es común ver hormigas sentadas, no es común siquiera verlas con los ojos cerrados,  salvo por la necesaria cuota de sueño cotidiano. Por el contrario, se les ve siempre en movimiento, siempre trabajando para un mejor futuro, para la supervivencia; esa actitud devota hacia el trabajo hizo muy extraño el eco entre la colonia, cuando en los siguientes meses se pasó la voz sobre una hormiga que permanecía inmóvil contra las paredes de los túneles, mientras veía los trabajadores pasar, y que a la hora de descanso se quedaba contemplando la luz de la salida hasta la clausura de la última guardia, circunstancia en que se retiraba a su agujero.  A tal grado se elevaba esa excéntrica cesante, que en una ocasión trajo uno por uno, sin ayuda de nadie, los ciento ochenta y ocho pedazos en los que se separaba una frutilla, una vez que los cargadores la depositaban en la bodega; ciento ochenta y ocho pedazos que permitían a una sola hormiga cargarlos. Así se asignaban tareas, pues el alimento, aunque cargado en masa, se repartía en raciones individuales.
Al final de la jordana de dos tercios de día - habitual para nuestra colonia - me encontraba descansando en mi agujero cuando comencé a percatarme de algo que había cambiado.   Hace tiempo ya lo estaba haciendo, pero acababa de darme cuenta. Estoy pensando, estoy charlando conmigo mismo. Es más, me pregunto momento a momento sobre mi curso de acción. Contemplé los trozos de frutilla que había acumulado en mi agujero. Apenas cabían. Los había traído uno por uno, partiéndolos antes de traer la frutilla. ¿Quién habría pensado esto posible?

Rápidamente el ex obrero comenzó a ver distinta la colonia. Observaba atentamente. Sus ojos, ahora abiertos, seguían cada momento, cada movimiento, siempre percibiendo distinto, siempre espejos de un cristal único y discante. La revolución fue sigilosa y los guardias, acostumbrados a ver cuerpos enteros pasar, brazos y piernas cargar, nunca seguían aquellos ojos, ahora brillantes, de modo que continuaban considerándolo un mutante, nada más.
Afuera llovía, dentro la jornada continuaba como siempre. Al paso del reloj se movían las filas interminables de obreros. Nadie veía la tormenta, el torbellino dentro de su mente.
  -¡Solicito una audiencia con la reina!
Quién sabe si fue pura curiosidad o el eco renovado de fulgor en su voz, pero la reina accedió a la insensata demanda. Se vio en aquel momento entrar a una hormiga por la cueva real, sin bajar las antenas, penetrando cada rincón del trono con su mente.
Toda la corte estática esperaba las palabras del extraño.

-Su excelentísima majestad, soy un ex-cargador de frutillas y si me permite, tengo algo que decirle, algo que creo, podría ser muy útil.
             -¿Quién es este que cree útil hablar? Lo útil es traer comida y reproducirse ¿No eras tú un cargador? ¡Deberías saberlo!  Mas mi paciencia es grande y mi interés sin igual, cuando se trata de utilidad. Te permito hablar.
           -Mi reina, he estado en el exterior, he visto los lugares donde las frutillas nacen. He pensado, quizás, que ellas, igual que nosotros, se alimentan, solo usan otros medios.
            -Al grano granuja
        -Mi reina, creo posible crear más frutillas, muchas más. Necesitaríamos solamente la tierra y el agua del cielo.
Las risas de la corte se extendieron como una plaga por toda la colonia y resonaron carcajadas crujientes, a tal punto que parecía, ulularan sufrientes.
Sólo se vio la espalda de él salir de la corte. Apurado escapaba a su agujero cuando lo detuvo la voz de quien sería su primer estudiante.
           -Yo también he visto el lugar donde nacen las frutillas, es posible que tengas razón.
En ese túnel, por donde había circulado tantas veces, el cual todos los cargadores conocían por asiduo caminar al punto de andar ciegos, mirando el suelo y aplastados por el excesivo peso, en ese ejercito errante de efigies taciturnas descubrió su nuevo destino.

Ambos sujetos charlaron toda la noche sobre el futuro, primero de la colonia, luego de los cerros, en la última hora de la luna, hablaron sobre las estrellas. A este joven, el pensador tenía mucho que enseñar. Despertó en él rápidamente una urgencia por transmitir lo que en su mente nadaba. Ese libre baile estaba ahora hambriento por armonía.
La tarea comenzó como un accidente. En cosa de días llegaron decenas de nuevos aprendices convocados por el interés hacia el ex-obrero que pensaba.  Los siguientes meses les conté el dialogo de mi mente. Les dije lo que observaba, lo que sentía, lo que creía. A veces me afligía, inseguro. Encontré nada más que sorpresas dichosas y palabras cálidas. En estos jóvenes, en esta nueva colonia, encontré un hogar.

Un día se agotaron mis trozos de frutilla. La colonia había dejado de proporcionarme alimento hacía largo tiempo, pues mi ignominia era en efecto inútil. El oficio al que me consagraba no era legítimo, no aportaba en absoluto a la supervivencia. Por algunos días mis estudiantes me proporcionaron restos de frutilla que apartaban de su alimento, sin embargo, las presiones de sus labores hicieron que la pérdida de peso y energía se notara rápidamente. Después de una reprimenda por parte de sus capataces, mi primer discípulo nos dijo: “No se preocupen, yo me encargare del alimento del maestro”
Todo funcionó bien hasta que el primer discípulo fue sorprendido robando una porción de frutilla en el almacén. 
Entonces el hambre toma hoy una dimensión carnal, comienzo a adelgazar y sentirme débil. Evidentemente no puedo seguir dependiendo de mis pobres jóvenes.   Aun no estoy demasiado viejo. La colonia pretende matarme de hambre, me creen débil, deficiente, inútil. ¡Yo les mostraré!
Ese mismo día dos guardias se reían del ya reconocido vejestorio, que transitaba llevando un duro trozo de pan. Era invierno y la escasez del mundo exterior exigía medidas drásticas.
Uno por uno los días del duro invierno, el decidido maestro caminaba el largo trayecto desde su agujero al mundo exterior, donde pasaba horas, a veces toda una tarde buscando algún trozo de alimento para mantenerse. Escalaba las monumentales paredes de las puertas humanas en busca de su dulce. La tarea de recolector  era la más heroica entre todas las de la colonia, suponía inmensos riesgos y demandaba enormes travesías.
No tardó mucho en cansarse. Día tras día, cada vez intentaba traer un poco más, un gramo más de dulce para escapar la asidua odisea la mañana siguiente. No hubo caso. El esfuerzo de traer el gramo lograba únicamente más cansancio, más hambre al final del día. Devoraba ferozmente los gramos extra con un hambre monstruosa, resignado al día siguiente, para salir de nuevo desnudo a azarosa clemencia, bajo el duro clima de un invierno perpetuo.
Aun así, seguía enseñando a los jóvenes, decidido a mostrarles un aspecto oscurecido de las hormigas, uno que hasta ahora nadie conocía.

Pasaron las semanas y el cuerpo del anciano lo recibía como décadas. Ya había vivido más que cualquier otra hormiga antes. Varias otras colonias escucharon el cuento del extraño maestro, el insólito relato resonó con fuerza, le mandaron una ofrenda de buena fe. Los guardias miraban atónitos pasar la descomunal caravana de extranjeros cargando tres frutillas enteras, suficiente comida para toda la estación. Esa noche los alumnos celebraron con purísimo azúcar flor,  rieron escuchando las mágicas anécdotas del maestro y sus aventuras en el exterior.
Así pasó el tiempo, los árboles comenzaron a florecer, el cielo se volvió claro y las flores coloridas. Era primavera, otra vez época de recolección.
 Fortalecido por el prolongado descanso y rebozando de vigor, propuse una excursión al mundo exterior. En mis discípulos, ni en ninguna hormiga, había visto jamás unas sonrisas tan poderosas. Caminamos en grupo, desordenados y dichosos por los túneles, recibiendo las expresiones envidiosas de guardias, observando a los nuevos cargadores de frutilla mirar el suelo con sus pesadas cargas, transitando en líneas perfectas por nuestras espaldas.
Vi el primer rayo de sol con una incipiente esperanza. Tome la mano de mi primer discípulo, que me jaló desde fuera del agujero hacia la luz. Sentí el calor, vi los multiples arcoíris y despertó en mí una pasión radiante. Estaba sentado en el talo de un tronco de pasto gozando este calor, cuando repentinamente sentí una brisa, miré a ambos lados. Los rayos de sol no golpeaban la tierra sombría a mí alrededor. Miré arriba mío y un enorme cuerpo bloqueaba el cielo, el corpúsculo se hizo rápidamente más y más grande, gigantesco, hasta que finalmente…
Ese día un zapato aplastó una hormiga. Un niño que jugaba en el patio junto a su amigo se dedicó por un rato a entretenerse con la lupa y quemar el resto de hormigas en el patio. Su madre sonreía desde la cocina, encantada de ver a su hijo afuera y contento.

Sobre la inteligencia


Cuando al doctor y fundador del psicoanálisis Sigmund Freud le preguntaban sobre el amor, él respondía: “pregúntenle a los poetas”. Consciente de su limitación admitía ineptitud  para esclarecer aquello que para otros es semilla viva. De lo que unos pocos hacen su obrar. Que vehemente equívoco cuando se le llama excéntrico a Saint Pol Roux, por colgar un cartel frente a su cuarto, en el que escribe: “el poeta trabaja”.  No veo yo más que la excentricidad de un hombre que honesta, aun si insípidamente, expresa ser remiso a interrupción en su quehacer.
Por eso, propongo hacer una apología de las inteligencias no consuetudinarias, que difieren de  la tradicional, la lógica, matemática, fruto de ciencia y tecnología.
Esta mantiene hoy una preponderancia sobre el resto. Sobre la inteligencia hay montones de teorías, escritas por gente mucho más sabia que yo. Recuerdo ahora, arbitrariamente, las inteligencias multiples de  Gardner, que como toda teoría no es absoluta, no obstante posee genialidad ostentable y expresa una necesidad apremiante para la sociedad tecnócrata. En ella se mencionan y definen extensivamente tipos de inteligencia, porque como hemos comprendido, la inteligencia no es algo unitario. No lo es tanto en la sociedad como en la mente del individuo, por el contrario, es algo de constante intercambio sobre lo cual no comprendemos mucho- Sólo puedo decir con cierta seguridad: Einstein no es más inteligente que Michael Jordan, solo se han atenido a distintas áreas de lo que es universalmente, humano.
 El problema surge nuevamente. La inteligencia lógico-matemática no ha sido puesta en pedestal de manera fortuita. Es su naturaleza abstracta que permite creaciones inverosímiles. Entender que las corrientes eléctricas pueden ser medidas por voltaje, y se tratan de nada más que electrones circulando (dicho sea de paso algo que nadie ha presenciado) es una especulación científica, que con el método imperante ha permitido innegables avances. Ha permitido escarnecer  la imbatible dictadura de la naturaleza.
La pregunta imprescindible, y sin embargo, a menudo eludida es: ¿Para qué sirve todo esto?
La cultura se creó como entretención, algunos dirían necesidad –no son términos opuestos -después que el hombre dejara de batirse en el frenesí por el alimento. El rol, sin duda, no es exento a cambio en cinco mil años de creaciones. Es común oír en la actualidad el término calidad de vida, no obstante, el sentido de la cultura y la tecnología no está libre de controversia. Es evidente que resoluto, él hombre lleva con la cultura el estandarte del progreso, la vida más larga y más amena, a la ultima me avocaré detenidamente.
  Cultura puede llamarse a las artes. El arte trae consuelo y felicidad sobre la angustia de la vida. Todos los seres humanos sufren. Sufren y necesitan expresarse. Las alas que a Ícaro le fueron insuficientes; rebozan de vigor en una canción, un cuadro. Como Dalí a menudo decía: El cuadro no necesita explicación, es un discurso en sí mismo, un discurso silencioso que aúlla trascendencia, el núcleo del alma pura, salvaje, humana. Somos y seremos animales y la música, he oído, calma a las bestias.
Escapo de un punto esencial: La cultura sin duda la crean los humanos, que desde un principio arcaico han convivido, han creado sociedades, han sacrificado libertades, privilegiando la compañía invaluable de la propia especie. Y si estamos destinados a vivir desde el comienzo de los tiempos hasta el fin de nuestras cortas vidas en compañía de otros seres humanos, es evidente que la ansiada felicidad recae también, en manos de otros, de buenas relaciones. En el caso improbable que se pudiera medir tal capacidad adaptativa para relacionarse exitosamente con los miembros de una misma sociedad, y tener la necesaria empatía para envolverse en tal forma, esta inteligencia será tanto o más importante que la capacidad para entender los nueve, once o veinte estados de la conciencia, la materia o cualquiera sea la actualidad más imprescindible en el conocimiento establecido. Se trata de un medio inmediato para la felicidad propia y de los demás. ¿Alcanza el tiempo, para hacer felices a los demás?
 Sé muy bien que Aristóteles era brillante (en el sentido más tradicional). Disto de conjeturar vislumbre sobre su felicidad.
No nos engañemos. La tecnología, que ve su auge en la guerra dicho sea de paso, puede y debe mejorar la calidad de vida del hombre. Cuánto y cómo no pretendo develarlo. La realidad innegable es que el siglo XXI presenta un mundo por lo general mucho más democrático, pacifico y justo que la antigüedad. No significa que el progreso sea generalizado, mucho menos que la felicidad provenga de la ciencia. O del arte. Pero una vida más larga a través de todo artilugio de marañas incomprensibles para la mayoría de la población, e inaccesibles para el polo oculto bajo el teatro de bienestar económico no supone una calidad de vida mejor, ni una vida más llevadera. Valorar y cultivar las inteligencias en todo su amplio espectro es el método prolífico para la calidad de vida de todos. Por más ilustre que parezca emanar abstracciones de boca eximia sobre la temperatura de Júpiter. El absolutismo con que se eligen a los genios de nuestra sociedad es un ultraje procaz. Un insulto lacerante a las artes, un agravio al deporte, una injuria  a la inteligencia emocional, un oprobio impuesto con inviable estatismo a su naturaleza deleznable.

domingo, 19 de diciembre de 2010

La Guerra Moderna


 En el día 4.538 de ocupación pacífica estallaron 3 bombas volando nuestros soldados en pedazos. ¡Qué crueldad! ¿Estos fanáticos no ceden, es qué no saben que les traemos democracia?
No recuerdo el día en que pensé que podía ayudar a esta gente. Era quizás 2015,2016, cuando decidimos actuar por la libertad y la justicia. El gobierno de EEUU oprimía a los homosexuales, se oponía a su legitima unión, esclavizaba sus inmigrantes con legalidades frívolas bajo un telón de discordia.  ¡Les pagaban menos a sus mujeres que a sus hombres! ¡Exigían dinero por atención médica! ¡Qué salvajes! No pude tolerar semejante injusticia. Algo había que hacer. Alguien tenía que ayudarlos ¿Quién mejor que nosotros?
Han sido 12, tal vez 13 años, pero no podemos irnos, no podemos dejarlos a miseria de Dios.
Tenemos que protegerlos, tenemos que salvarlos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

El monje y el desierto.

Rendido en la áspera arena, contemplé el vasto desierto que me rodeaba. No había ninguna duda, había estado soñando, aunque no podía recordar qué. ¿Tal vez sea el poder de este lúgubre paisaje? ¿Puede la arena robarme la esperanza?
Sentí el ardiente sol rogarme el peso baldío de mi mente. Una gran fuerza me imploraba caminar, caminar y no mirar atrás.
El sol resplandecía y sin piedad quemaba mi piel mientras la arena medraba mi enfermo caminar. Encontraba consuelo en la efímera brisa que acariciaba las piernas lánguidas, teñidas amarillas por la arena pegada en la sangre, y la sangre pegada en el cuero mancillado, hambriento de mi piel.
Comencé a escuchar un susurro en el viento. Lo que me quedaba de voluntad me rogaba oídos sordos, mas mi alma ya había saltado al abismo.
Levante mis ojos en busca del horizonte. Conseguí ver a lo lejos una figura sombría, dios habrá de venir a por mí.
Saboreé la amarga arena escarneciente. En paz con mi destino mastique sus burlas y escupí la dulce satisfacción de la tranquilidad. A punto de entregar el suspiro final, escuché una voz:
¿Necesitas ayuda, hermano?
Contemplé la sombra, primero, y luego la imponente figura del hombre que se paraba decisivo frente a mí. Su grave y profunda voz, calmada y cálida debatía con su rostro, aunque llevaba las vestiduras de un hombre sagrado, su semblante delataba el odio sufriente que sólo puede venir de la desesperación.
Extendió su mano y me empujó hacia la luz
Desde entonces lo seguí, supe que estaba solo y perdido.
Desde entonces vi el desierto en el mar humano, en cada taberna, en cada esquina, hombres solos y perdidos, batallando con su propia voluntad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Despertar

Se despertó. Se encontraba en una posición sumamente incomoda en la enormidad de su cama. Inclinó su cabeza a la derecha, eran las 8:03 de la mañana. Se levantó, vistió, cepilló, salió a la calle. Era un día nublado, muy característico de Junio.
 En el camino un vestido de la dama que hacia malabarismos por dinero le recordó a su madre. Tenía margaritas, flores amarillas y hermosas, que desafiaban el atochamiento, apagaban parcialmente el oscuro clima. Decidió, entonces, ir a visitarla.
 Aunque reacio a visitar los cementerios, pues le cambiaban de ánimo con facilidad, algo perturbaba su mente desde que pasó la reja de entrada, algo había cambiado desde su última visita, hace 10 meses. Entonces lo vio: Había un enorme Mausoleo donde antes había un árbol.
Extrañado, se acercó a indagar. No encontró más que un arco con apariencia de puerta, completamente tapado por cemento. Hipnotizado buscó,  acechó el edificio de lado a lado y de esquina a esquina, lo rodeó como los barbaros a Roma, buscando un propósito para el extraño objeto.
No hubo caso. El mausoleo estaba completamente sellado.
Pasaron 3 meses hasta que el cuidador encontró el esqueleto del pobre hombre, clavando sus dientes en el muro sólido de concreto, buscando aún, una entrada.
La noticia de la absurda obsesión llegó a un excéntrico millonario de la ciudad, quien con todo su poder mandó a demoler la entrada al mausoleo. Era otra vez un día nublado y cientos de curiosos observaban a la mole echar abajo el arco.
El primer pie dentro del obscuro, siniestro y hasta entonces impermeable edificio fue tímido y tembloroso, no sintió peligro. El siguiente, egocéntrico, se burló de su miedo y saltó dentro apresurado, en un gesto algo torpe. La cámara única del mausoleo estaba completamente vacía, no había nada allí más que algunas telarañas.
Entonces fue que se despertó. Se encontraba en una posición sumamente incomoda sobre la miseria de su escritorio. Inclino su cabeza a la derecha y eran las 8:03 de mañana. Se levantó, duchó, vistió, cepilló y salió a la calle. Era un día soleado y las margaritas del jardín florecían, deslumbrando el pasar de los automovilistas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Sobre la muerte, los finales felices y otras tonterias existenciales:


“El sentido último al que remiten todos los relatos tiene dos caras: la continuidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte

Todo relato es reflejo de la introspección del autor. Es creación y reverberación, no escapa, aún si flota encima delicadamente, del océano de la muerte; todo protagonista humano, como todo relato, debe terminar.  

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir.”[1]
 
Por cuanto irremediable, la muerte no domina la imaginación del hombre. En efecto, los autores y los hombres en general, rehúyen de ella en su percepción cosmológica. Pocos y enfermos viven en el absurdo de Camus sin angustia ni dolor. Ítalo sugirió que todo relato puede concluir de dos maneras, y si es la muerte todopoderosa, ¿No es la conclusión feliz, la del héroe que se casa, algo más que una salida fútil y ficticia a una realidad adversa, predominante incluso en la ilusión artística?
No lo creo así. El encuentro con la vida en el final se trata de la perpetuación de la especie a través del tiempo- yo muero, pero mis hijos siguen viviendo - la vida continúa  y como consecuencia, no hay que preocuparse. Es un pensamiento primitivo. Por lo pronto, algunos grandes hombres de virtud iniciaron las más oscuras épocas. ¡Reivindiquemos la sabiduría de lo salvaje! En ella radican las pasiones imprescindibles, en esta sociedad de la inmortalidad.
La muerte siempre ha estado con nosotros. Desde el principio de los tiempos y mucho antes que en la Grecia de los filósofos, antes que nada tuviera sentido o careciera de ello.
   La aceptamos. La especie sobrevive, aun si el individuo no. Así es como la cadena del tiempo dicta, cómo seguimos, nacemos, nos reproducimos (algunos más que otros) y perecemos, podemos sufrir sempiternamente o gozar del extraño júbilo que da una estancia amena en este mundo, pero todas nuestras vidas terminan. No obstante esta resolución magnánima, con el paso de los siglos parece que cada vez nos duele más separarnos del recinto terrenal. La búsqueda del santo grial y la inmortalidad ganan popularidad. Libros y corrientes como el existencialismo surgen y se masifican.
Poco sería más impensable, sino titánico, que pensar en resistir al lúgubre conocimiento de nuestro fatídico destino, habiendo ya tomado conciencia de él. Aunque y como toda perspectiva, reduce la vida a un fragmento, es decir, reduce la vida a la muerte, es un malestar inherente a todos, sabios, inteligentes y tontos; a “introvertidos” y “extrovertidos”, todos sufrimos en algún momento del malestar que trae dudar del mismo sentido de la propia existencia ¿A qué se debe esta cobardía repentina?
Al principio mencione que todo relato es reflejo de la introspección del autor. Esto es verdad tanto para la vida como la literatura, cada uno de nosotros bebe el sabor que escribe con su tinta de experiencias. Si consideramos esto, no resulta difícil justificar cualquier cambio en la actitud de una cultura, nación o inclusive del completo genero hacia una parte de la realidad. La muerte tiene más importancia en las vidas de aquellos más introspectivos. No es coincidencia que la creación de la filosofía moderna generará en última estancia este cantar de gesta con final edípico. En el momento que quedo firmado “pienso, luego existo” vibraba el incipiente aullido del ser para la muerte, de la conversión extraña, interesante e igualadora de Sísifo a un ente moderno y omnipresente.
 ¿Qué importancia y utilidad puede tener la muerte para la vida? ¿Quizá sería mejor ignorarla? ¿Qué efecto puede tener en mí considerar ello, si no puedes mirar al sol, porque no alegrarte de la luz majestuosa que nos da cada día? Aun si esto no fuera suficiente, considerando la inviable y ansiada inmortalidad, el sentido es difuso.
La felicidad y trascendencia parecen ciertamente opciones aceptables, pero en un mundo de seres inmersos en sí mismo la trascendencia del genero es de escasa significancia para la vida del individuo. No hay prole que valga cuando soy yo el centro del universo.
La felicidad, sin embargo y encima del contento con la entretención inmediata y porque no decirlo, ostentosamente cercana a la drogadicción, persiste como centro motor de las vivencias.   La búsqueda perpetua de la felicidad a través de generaciones muertas, sufrimientos y llantos presenciados, y muchos otros más ignorados. ¿Podría ser esta inmortalidad el fin último del ser humano? No. La inmortalidad hace poca diferencia. Representa  meramente un intento desviado por vislumbrar algo que nos mira en la cara desde la más tierna infancia hasta cuando nos despedimos en resignación. En cuando surge la  inmortalidad, abdicamos a nuestra condición de humanos, seremos algo distinto, pues  veremos tatuado en perpetuidad la continuidad del individuo y su palidez frente al glorioso ciclo de la especie.
Todo es uno, uno es todo, una verdad incuestionable sobre la que se pinto un cuadro improbable de perpetuidad, uno construido por humanos con el temerario fuego inmortal del acero. Es necesario entender que los finales, como los comienzos, son ficciones, maneras de entender. De tal modo el agrio gusto de la resignación puede conllevar aun si un poco de frescura frente a un sol imponente. Ya basta de mitificaciones. No existe el amor eterno, ni la vida eterna, ni la felicidad completa. Todo rio es sinuoso. ¿Cuán aburrido seria uno que corriera en línea recta, sin la gracia de la naturaleza?
El final feliz solo puede nadar en curvas. Por el velo que pondremos sobre nuestra cara y abrazando ciegamente el mañana, con brazos ausentes. No significa renunciar a la introspección, característica del género humano, sino realizarla en un modo más sano. Abandonar la máscara racional para convertirse en lo que Cassirer denominó el "homo simbolicus”.
La soledad del hombre actual le trae consigo una realidad sobrenatural, la de creerse único e independiente. Contrario a lo que invitan los medios, esta vanidad solo puede acarrear tristeza e indiferencia frente a la grandeza del mundo que respiramos con cada aliento, cada paso.
Todo relato es reflejo de la introspección del autor. Cuanta más razón para llenarse con arte, ciencias, religión, símbolos, respirar el aire de la cultura humana y escapar a la niebla melancólica de solitud artificial.



[1] Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre.
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