Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Despertar

Se despertó. Se encontraba en una posición sumamente incomoda en la enormidad de su cama. Inclinó su cabeza a la derecha, eran las 8:03 de la mañana. Se levantó, vistió, cepilló, salió a la calle. Era un día nublado, muy característico de Junio.
 En el camino un vestido de la dama que hacia malabarismos por dinero le recordó a su madre. Tenía margaritas, flores amarillas y hermosas, que desafiaban el atochamiento, apagaban parcialmente el oscuro clima. Decidió, entonces, ir a visitarla.
 Aunque reacio a visitar los cementerios, pues le cambiaban de ánimo con facilidad, algo perturbaba su mente desde que pasó la reja de entrada, algo había cambiado desde su última visita, hace 10 meses. Entonces lo vio: Había un enorme Mausoleo donde antes había un árbol.
Extrañado, se acercó a indagar. No encontró más que un arco con apariencia de puerta, completamente tapado por cemento. Hipnotizado buscó,  acechó el edificio de lado a lado y de esquina a esquina, lo rodeó como los barbaros a Roma, buscando un propósito para el extraño objeto.
No hubo caso. El mausoleo estaba completamente sellado.
Pasaron 3 meses hasta que el cuidador encontró el esqueleto del pobre hombre, clavando sus dientes en el muro sólido de concreto, buscando aún, una entrada.
La noticia de la absurda obsesión llegó a un excéntrico millonario de la ciudad, quien con todo su poder mandó a demoler la entrada al mausoleo. Era otra vez un día nublado y cientos de curiosos observaban a la mole echar abajo el arco.
El primer pie dentro del obscuro, siniestro y hasta entonces impermeable edificio fue tímido y tembloroso, no sintió peligro. El siguiente, egocéntrico, se burló de su miedo y saltó dentro apresurado, en un gesto algo torpe. La cámara única del mausoleo estaba completamente vacía, no había nada allí más que algunas telarañas.
Entonces fue que se despertó. Se encontraba en una posición sumamente incomoda sobre la miseria de su escritorio. Inclino su cabeza a la derecha y eran las 8:03 de mañana. Se levantó, duchó, vistió, cepilló y salió a la calle. Era un día soleado y las margaritas del jardín florecían, deslumbrando el pasar de los automovilistas.

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