Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Sobre la muerte, los finales felices y otras tonterias existenciales:


“El sentido último al que remiten todos los relatos tiene dos caras: la continuidad de la vida, la inevitabilidad de la muerte

Todo relato es reflejo de la introspección del autor. Es creación y reverberación, no escapa, aún si flota encima delicadamente, del océano de la muerte; todo protagonista humano, como todo relato, debe terminar.  

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir.”[1]
 
Por cuanto irremediable, la muerte no domina la imaginación del hombre. En efecto, los autores y los hombres en general, rehúyen de ella en su percepción cosmológica. Pocos y enfermos viven en el absurdo de Camus sin angustia ni dolor. Ítalo sugirió que todo relato puede concluir de dos maneras, y si es la muerte todopoderosa, ¿No es la conclusión feliz, la del héroe que se casa, algo más que una salida fútil y ficticia a una realidad adversa, predominante incluso en la ilusión artística?
No lo creo así. El encuentro con la vida en el final se trata de la perpetuación de la especie a través del tiempo- yo muero, pero mis hijos siguen viviendo - la vida continúa  y como consecuencia, no hay que preocuparse. Es un pensamiento primitivo. Por lo pronto, algunos grandes hombres de virtud iniciaron las más oscuras épocas. ¡Reivindiquemos la sabiduría de lo salvaje! En ella radican las pasiones imprescindibles, en esta sociedad de la inmortalidad.
La muerte siempre ha estado con nosotros. Desde el principio de los tiempos y mucho antes que en la Grecia de los filósofos, antes que nada tuviera sentido o careciera de ello.
   La aceptamos. La especie sobrevive, aun si el individuo no. Así es como la cadena del tiempo dicta, cómo seguimos, nacemos, nos reproducimos (algunos más que otros) y perecemos, podemos sufrir sempiternamente o gozar del extraño júbilo que da una estancia amena en este mundo, pero todas nuestras vidas terminan. No obstante esta resolución magnánima, con el paso de los siglos parece que cada vez nos duele más separarnos del recinto terrenal. La búsqueda del santo grial y la inmortalidad ganan popularidad. Libros y corrientes como el existencialismo surgen y se masifican.
Poco sería más impensable, sino titánico, que pensar en resistir al lúgubre conocimiento de nuestro fatídico destino, habiendo ya tomado conciencia de él. Aunque y como toda perspectiva, reduce la vida a un fragmento, es decir, reduce la vida a la muerte, es un malestar inherente a todos, sabios, inteligentes y tontos; a “introvertidos” y “extrovertidos”, todos sufrimos en algún momento del malestar que trae dudar del mismo sentido de la propia existencia ¿A qué se debe esta cobardía repentina?
Al principio mencione que todo relato es reflejo de la introspección del autor. Esto es verdad tanto para la vida como la literatura, cada uno de nosotros bebe el sabor que escribe con su tinta de experiencias. Si consideramos esto, no resulta difícil justificar cualquier cambio en la actitud de una cultura, nación o inclusive del completo genero hacia una parte de la realidad. La muerte tiene más importancia en las vidas de aquellos más introspectivos. No es coincidencia que la creación de la filosofía moderna generará en última estancia este cantar de gesta con final edípico. En el momento que quedo firmado “pienso, luego existo” vibraba el incipiente aullido del ser para la muerte, de la conversión extraña, interesante e igualadora de Sísifo a un ente moderno y omnipresente.
 ¿Qué importancia y utilidad puede tener la muerte para la vida? ¿Quizá sería mejor ignorarla? ¿Qué efecto puede tener en mí considerar ello, si no puedes mirar al sol, porque no alegrarte de la luz majestuosa que nos da cada día? Aun si esto no fuera suficiente, considerando la inviable y ansiada inmortalidad, el sentido es difuso.
La felicidad y trascendencia parecen ciertamente opciones aceptables, pero en un mundo de seres inmersos en sí mismo la trascendencia del genero es de escasa significancia para la vida del individuo. No hay prole que valga cuando soy yo el centro del universo.
La felicidad, sin embargo y encima del contento con la entretención inmediata y porque no decirlo, ostentosamente cercana a la drogadicción, persiste como centro motor de las vivencias.   La búsqueda perpetua de la felicidad a través de generaciones muertas, sufrimientos y llantos presenciados, y muchos otros más ignorados. ¿Podría ser esta inmortalidad el fin último del ser humano? No. La inmortalidad hace poca diferencia. Representa  meramente un intento desviado por vislumbrar algo que nos mira en la cara desde la más tierna infancia hasta cuando nos despedimos en resignación. En cuando surge la  inmortalidad, abdicamos a nuestra condición de humanos, seremos algo distinto, pues  veremos tatuado en perpetuidad la continuidad del individuo y su palidez frente al glorioso ciclo de la especie.
Todo es uno, uno es todo, una verdad incuestionable sobre la que se pinto un cuadro improbable de perpetuidad, uno construido por humanos con el temerario fuego inmortal del acero. Es necesario entender que los finales, como los comienzos, son ficciones, maneras de entender. De tal modo el agrio gusto de la resignación puede conllevar aun si un poco de frescura frente a un sol imponente. Ya basta de mitificaciones. No existe el amor eterno, ni la vida eterna, ni la felicidad completa. Todo rio es sinuoso. ¿Cuán aburrido seria uno que corriera en línea recta, sin la gracia de la naturaleza?
El final feliz solo puede nadar en curvas. Por el velo que pondremos sobre nuestra cara y abrazando ciegamente el mañana, con brazos ausentes. No significa renunciar a la introspección, característica del género humano, sino realizarla en un modo más sano. Abandonar la máscara racional para convertirse en lo que Cassirer denominó el "homo simbolicus”.
La soledad del hombre actual le trae consigo una realidad sobrenatural, la de creerse único e independiente. Contrario a lo que invitan los medios, esta vanidad solo puede acarrear tristeza e indiferencia frente a la grandeza del mundo que respiramos con cada aliento, cada paso.
Todo relato es reflejo de la introspección del autor. Cuanta más razón para llenarse con arte, ciencias, religión, símbolos, respirar el aire de la cultura humana y escapar a la niebla melancólica de solitud artificial.



[1] Jorge Manrique, Coplas a la muerte de su padre.
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