Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 21 de diciembre de 2010

Sobre la inteligencia


Cuando al doctor y fundador del psicoanálisis Sigmund Freud le preguntaban sobre el amor, él respondía: “pregúntenle a los poetas”. Consciente de su limitación admitía ineptitud  para esclarecer aquello que para otros es semilla viva. De lo que unos pocos hacen su obrar. Que vehemente equívoco cuando se le llama excéntrico a Saint Pol Roux, por colgar un cartel frente a su cuarto, en el que escribe: “el poeta trabaja”.  No veo yo más que la excentricidad de un hombre que honesta, aun si insípidamente, expresa ser remiso a interrupción en su quehacer.
Por eso, propongo hacer una apología de las inteligencias no consuetudinarias, que difieren de  la tradicional, la lógica, matemática, fruto de ciencia y tecnología.
Esta mantiene hoy una preponderancia sobre el resto. Sobre la inteligencia hay montones de teorías, escritas por gente mucho más sabia que yo. Recuerdo ahora, arbitrariamente, las inteligencias multiples de  Gardner, que como toda teoría no es absoluta, no obstante posee genialidad ostentable y expresa una necesidad apremiante para la sociedad tecnócrata. En ella se mencionan y definen extensivamente tipos de inteligencia, porque como hemos comprendido, la inteligencia no es algo unitario. No lo es tanto en la sociedad como en la mente del individuo, por el contrario, es algo de constante intercambio sobre lo cual no comprendemos mucho- Sólo puedo decir con cierta seguridad: Einstein no es más inteligente que Michael Jordan, solo se han atenido a distintas áreas de lo que es universalmente, humano.
 El problema surge nuevamente. La inteligencia lógico-matemática no ha sido puesta en pedestal de manera fortuita. Es su naturaleza abstracta que permite creaciones inverosímiles. Entender que las corrientes eléctricas pueden ser medidas por voltaje, y se tratan de nada más que electrones circulando (dicho sea de paso algo que nadie ha presenciado) es una especulación científica, que con el método imperante ha permitido innegables avances. Ha permitido escarnecer  la imbatible dictadura de la naturaleza.
La pregunta imprescindible, y sin embargo, a menudo eludida es: ¿Para qué sirve todo esto?
La cultura se creó como entretención, algunos dirían necesidad –no son términos opuestos -después que el hombre dejara de batirse en el frenesí por el alimento. El rol, sin duda, no es exento a cambio en cinco mil años de creaciones. Es común oír en la actualidad el término calidad de vida, no obstante, el sentido de la cultura y la tecnología no está libre de controversia. Es evidente que resoluto, él hombre lleva con la cultura el estandarte del progreso, la vida más larga y más amena, a la ultima me avocaré detenidamente.
  Cultura puede llamarse a las artes. El arte trae consuelo y felicidad sobre la angustia de la vida. Todos los seres humanos sufren. Sufren y necesitan expresarse. Las alas que a Ícaro le fueron insuficientes; rebozan de vigor en una canción, un cuadro. Como Dalí a menudo decía: El cuadro no necesita explicación, es un discurso en sí mismo, un discurso silencioso que aúlla trascendencia, el núcleo del alma pura, salvaje, humana. Somos y seremos animales y la música, he oído, calma a las bestias.
Escapo de un punto esencial: La cultura sin duda la crean los humanos, que desde un principio arcaico han convivido, han creado sociedades, han sacrificado libertades, privilegiando la compañía invaluable de la propia especie. Y si estamos destinados a vivir desde el comienzo de los tiempos hasta el fin de nuestras cortas vidas en compañía de otros seres humanos, es evidente que la ansiada felicidad recae también, en manos de otros, de buenas relaciones. En el caso improbable que se pudiera medir tal capacidad adaptativa para relacionarse exitosamente con los miembros de una misma sociedad, y tener la necesaria empatía para envolverse en tal forma, esta inteligencia será tanto o más importante que la capacidad para entender los nueve, once o veinte estados de la conciencia, la materia o cualquiera sea la actualidad más imprescindible en el conocimiento establecido. Se trata de un medio inmediato para la felicidad propia y de los demás. ¿Alcanza el tiempo, para hacer felices a los demás?
 Sé muy bien que Aristóteles era brillante (en el sentido más tradicional). Disto de conjeturar vislumbre sobre su felicidad.
No nos engañemos. La tecnología, que ve su auge en la guerra dicho sea de paso, puede y debe mejorar la calidad de vida del hombre. Cuánto y cómo no pretendo develarlo. La realidad innegable es que el siglo XXI presenta un mundo por lo general mucho más democrático, pacifico y justo que la antigüedad. No significa que el progreso sea generalizado, mucho menos que la felicidad provenga de la ciencia. O del arte. Pero una vida más larga a través de todo artilugio de marañas incomprensibles para la mayoría de la población, e inaccesibles para el polo oculto bajo el teatro de bienestar económico no supone una calidad de vida mejor, ni una vida más llevadera. Valorar y cultivar las inteligencias en todo su amplio espectro es el método prolífico para la calidad de vida de todos. Por más ilustre que parezca emanar abstracciones de boca eximia sobre la temperatura de Júpiter. El absolutismo con que se eligen a los genios de nuestra sociedad es un ultraje procaz. Un insulto lacerante a las artes, un agravio al deporte, una injuria  a la inteligencia emocional, un oprobio impuesto con inviable estatismo a su naturaleza deleznable.

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