Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Pañuelito querido


Cuentan por ahí las malas lenguas que Valentina Pizarro, casada con el respetable dueño de una empresa de seguridad, anda con amante. Cuentan porque ven, como ocurre siempre, menos de lo que hay.
 Cierto que Valentina y su esposo se llevan mal, cierto que ella lo mira de rehojo en la mañana con desprecio y canta contenta comprando sola en el súper. La culpa la tiene toda su pañuelo.
Sucede que Valentina estuvo enamorada de un joven con buena pinta y mala gana por cuatro años, dicho joven corría todo el día de arriba abajo pasando minucias de papeles por la empresa y ella, como secretaria, recibía siempre con mejillas rojas.
Un día el querido apuesto desgraciado tuvo la pésima idea de regalar un pañuelo. Era amigo secreto y por esas imprevisibles circunstancias a este tipo le tocó Valentina, era él un poco romántico y rebelándose contra el casi obligatorio chocolate, dio un pañuelo.
Ella habiendo escuchado demasiadas canciones de amor recibió un fetiche. Por los siguientes cuatro años dicho pañuelo estuvo asfixiándose en su cartera. De allí no salió más que para ser adorado en noches solitarias.
En algún momento el dueño decidió aparecerse por su empresa, dejando el estrago correspondiente. Despidos justos, como el del suche de los papeles, fueron ejecutados sin clemencia. En efecto el tipo de los papeles llevaba una polera azul de muy mal gusto, y por tanto fue despedido.
Valentina se casó con el primer tarado que apareció, que para su fortuna nadaba en dinero. Se peleaban todas las noches, y todas las noches rezaba aun, a  su pañuelo, convocando con algunos maleficios al añorado príncipe azul.
Una noche borracha el señor entró y le pego a su esposa. El señor repitió la rutina con algún metódico criterio hasta ahora desconocido, y la querida Valentina padecía con fe. El señor era, después de todo, su pastor.
Por ahí en la calle, a las dos de la mañana, caminaba pateando latas una desastrada polera azul frente a la casa de Valentina, pateaba y pateaba cuando vio un pañuelo descocido en la calle. Estaba teñido rojo.
Lo recogió con delicadeza del piso y lo contempló sorprendido. Venía a él algún vago recuerdo cuando lo atropelló el frenético porsche que escapa desde atrás de él.
Dicen por ahí  que el suche de los papeles mató a la dulce Valentina en su casa por la noche, si lo agarraron fue por suerte y mera suerte que el respetable señor iba saliendo en su auto. Ahora está el desgraciado en prisión y Valentina descansa.

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