Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 15 de marzo de 2011

La muerte de Socrates

El ser humano entrega a cada momento acción a su vida, incluso cuando quieto, preguntándose sobre la razón del color del cielo o soñando con encuentros amorosos reprochables, en cada momento el valor de su vida se prueba –e ignora- en cuanto permite la existencia, en efecto, la vida es la existencia, y cualquiera que quiera negarlo está meramente expresando un, si bien justificado no por ello productivo, terror hacia la muerte. Lo trascendente está en nuestros deseos, en nuestros hijos, en aquellas cosas y momentos que marcados en la memoria definen nuestra persona en el momento que dejamos de vivir. ¿Existimos al morir? Si no lo hiciéramos ¿cómo es posible que otros nos recuerden, que otros nos admiren, nos odien o nos amen? La existencia es algo sumamente complejo, ciertamente más de lo que ciertos dogmas –sean ellos religiosos o científicos- querrían afirmar.
¿Qué es más valiente, morir ingiriendo cicuta enfrentado a un jurado indigno, rechazar aquello en lo que creemos cuando se nos ofrecen las llamas de la inquisición? Los relatos heroicos tienen un cierto carácter masculino, y es que resulta muy fácil para el hombre morir –incluso conveniente- cuando se encuentra dominado bajo la impresión- errónea por cierto- que todo lo cotidiano y los asuntos triviales (siendo criar a los hijos uno muy frecuente) son absolutamente superfluos y la virtud está, en cambio, en morir entregándose a una causa mayor. En este sentido Sócrates no es de ninguna manera distinta que cualquier soldado en casi cualquier guerra en toda la historia de la humanidad. Juzgar que una idea, una creencia, puede poseer más valor que la propia vida es negar aquello que permite el génesis de la primera y que ciertamente puede contener la segunda. Si hay felicidad máxima en morir con una idea es porque en ello radica el convencimiento fatalmente falso sobre el cual  por morir faculto veracidad a mis afirmaciones o creencias. En absoluto esto es verdad, y aunque lo fuera, estaría entonces inquiriendo en un comportamiento de suma ignorancia, de alguien que sin conocer suficiente de la vida de las personas, quizás habiendo olvidado el universo para consagrarse al ser-algo por supuesto confuso- puede conjeturar premisas sobre la importancia de una u otra actitud frente al universo, la vida y la muerte con ligereza. En tales circunstancias un filósofo muere convencido de la pureza de la pureza de su arte ¿en qué está la pureza? En que es puro, y es puro porque carece impureza. (“la filosofía razona porque la razón es pura”)
Propongo lo siguiente:
El hombre es un ser vivo
La razón es exclusiva del hombre
La razón requiere de la vida

Ciertamente habría que investigar sobre las numerosas situaciones donde la locura, la miseria, la victoria y la muerte conviven en un instante que aunque no inviable, ciertamente me parece absurdo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario