Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

lunes, 21 de marzo de 2011

Refugiados


Entraron a la ciudad para ver la enorme estatua del Gran conquistador Felipe, el recién coronado emperador tenía ahora posesión sobre tres reinos y doce ducados, las rebeliones habían sido contenidas y Filipia era ahora conocida en todo el mundo como el imperio del momento. Los reinos independientes, incapaces de hacer frente a la amenaza bélica, comerciaban injustamente, ofreciendo alimento y vino como tributo para apaciguar la furia militar imparable, muchas veces recibiendo a cambio piezas de menor valor, monedas del imperio o ropa con telas que el mismo había robado del Asia.
Una de las razones por las cuales todos odiaban y temían Filipia era su anticuada posición sobre la esclavitud, donde los nobles de otra ciudad pagaban a su servidumbre, resultado de reiteradas rebeliones, en Filipia la esclavitud proliferante hacia de los palacios un zoológico de todo tipo de razas, tonos de piel, costumbres, idiomas y orígenes, unidos solo por el látigo que los ataba y las marcas quemabas en su piel en la conquista. Largas líneas surgían desde la frente y bajaban formando triángulos o cuadrados, a gusto del artista, de un blanco color que ninguna sustancia podía limpiar. Aquellas marcas brillaban a la luz del sol de modo que el mercado resonaba en las pieles de escoltas, cargando cara seda o exóticos brebajes, ofreciendo al sol una diana sin futuro ni sentido, efigies de carne perdidas en el caos de la ciudad.
Otros respetaban lo prodigioso de la riqueza que su poder le otorgaba, el imperio no mostraba el hambre, aun en la más lacerante y profunda miseria, los pobres y humillados, por destino fortuito o fortuna fatal, tenían al final del día, un pan roído para comer. La confusión de esta visión esperanzadora llamaba a los magistrados a sentarse tranquilos y los nobles dormir apacibles, la violencia, los asesinatos, violaciones y ofensas que otros recibieran eran asunto de naturaleza humana y a su juicio, Felipe hacia lo mejor posible.
Aristócratas y nobles de amplia estirpe debatían en la corte por asientos más cerca o lejos del palco Imperial, peleas por el poder minuciosas resultaban en frugalidades superfluas pues no poseían voz ni voto más que el dinero que su titulo les pudiera comprar en clanes mercenarios, algún asesinato oscuro o pariente envenado, pero no pasaba de frivolidades entretenidas, eso y nada más. Felipe no había sido noble en su niñez, y como el gran general que era, nombraba a sus magistrados según los compañeros de ejército que más confiaba, dejando a la nobleza a resolver sus asuntos y pagándoles mensualmente la ínfima parte de sus conquistas y tributos que la sangre les merecía.
Así se mantenía el orden, así era que todo el mundo caminaba por la calle ocupándose de sus asuntos, recordando y escuchando de vez en cuando calumnias sobre el vendedor de fruta o la esposa del duque, según quien fueras. Las crisis y las invasiones marginales eran a menudo ignoradas, escuchándose la noticia entre los ciudadanos al ver las legiones marchar en exaltación y salir de Filipolis. Solo cuando el emperador estaba a la cabeza se alteraban los ánimos, reemplazando los chismes con anécdotas insufribles sobre el terror de la federación Asiática. Esos profetas de la perdición eran, sin embargo, apabullantemente derrotados con historias de heroísmo y grandeza.
Un grupo de extranjeros entraba a la ciudad, huyendo de la probeza y miseria que habia causado, o tal vez sido consecuencia, de las incesante riñas entre facciones y etnias, interrumpidas solo por el casual tirano que ascendiera a fuerza del azar, colocando su familia como secta hegémonica, en estas circunstancias irrumpían en un distrito mugriento buscado futuro.
Una compatriota se les habia adelantado, una mujer rubia, de larga cabellera y ojos azules se acercó, su vestimenta tenia un cafe terroso, víctima de los barrios rústicos, sus piernas eran negras por caminar descalza el largo camino desde su tierra natal.
-¿Tiene una moneda para un huerfano de las afueras?-dijo con apenas fuerza para caracterizar su pregunta como súplica.
 El anciano líder respondia afligido en impotencia, mientras el resto del grupo se distrajo con la escena ambulante próxima.
Un niño, su padre y madre caminaban velozmente.
-!Camina más rápido, bastante es que tenga que cargar contigo todo el día y te tragues mi comida!-dijo la madre mientras asestaba un unico y certero golpe a mano abierta en la cabeza del infante.
-No le pegues tan fuerte, mira que si alguien la quiere comprar tiene que estar bonita-dijo el padre
La niña caminaba delante de ambos, sin mirar más que al frente, apurando todo lo posible sus pequeños pasos, sonidos huecos en la tierra se perdían en irrebocable sigilo, en medio de carretas de comerciantes cargadas de alimento y atentos criminales mirando desde lo alto, como aguilas en vuelo, o paseando escoltados por colosales hombres, manteniendo las manos en sus bolsillos.
El grupo de extranjeros intercambió un minuto de conspirativos susurros y, aún entre murmullos, dieron la vuelta y cruzaron nuevamente la puerta de la ciudad, esta vez para no volver nunca más.



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