Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

viernes, 7 de enero de 2011

Por un beso, la vida

En Kioto de 1864 durante la restauración Meiji, en Japón, el infierno parecía una alternativa pacifica, un descanso apetecido de la refriega incesante entre clanes y guerreros, todos enérgicos entusiastas por arrojar la vida. En este profano reinado de noblezas nubladas no había un alma más nerviosa que la de Saito Hajime.
Saito acababa de consumar su matrimonio con Takagi, aquella mujer, por largo tiempo cortejada, comprendía todo el universo de su imaginación. Gracias a ella todos los días la comida sabía mejor, los ríos eran de cristal y la sangre derramada de seda. En la confusión de compañeros asesinados, cada noche una estocada de claridad mantenía la cordura del dulce sabor en sus labios. No había duda ni pregunta, Takagi era el ser más hermoso de la tierra.
Tal paraíso era muy lejano al renombrado filo de su arma. Saito era reconocido como un gran espadachín, tantas vidas había privado de júbilo, tantos hombres arrebatado a sus mujeres, tanta sangre corría, el asesinato de cientos de seres humanos lo apartaba, a él, un héroe, que era mirado con admiración. Aquellos jóvenes discípulos de la causa le arrancaban una oscuridad muy profunda y absoluta. Detrás de todas las capas de privilegio y heroísmo, cuando no hubiera Takagi ni sol para distinguir el agua de la sangre, él no sabría quién era.
Su alma nerviosa caminaba. Era noche de patrulla y se encontraba solo en el averno abismal de las calles. Nadie lo sabría pero él podía sentirlo, lo estaban siguiendo. Hacía rato, oía los pasos de una escolta indeseada hostigándolo, acechándolo. Ejercía en ese momento cuidadosamente un juicio sobre la Katana en la izquierda de su fajín, la examinaba como su único compañero, un demonio mercenario.
Un escalofrío escaló su espina y penetró lo más recóndito de su mente. Ahí se clavó como un insondable profeta de la perdición. Olvidó el recuerdo y las ideas, olvidó y entró en una intima comunión con las llamas frías de la revolución. Con su pulgar en la empuñadura, no podía mover las piernas por miedo, el sentimiento que lo cazaba, acorralado se dijo: “yo no quiero morir.” Aun era el silencio y su cadera no giraba.
Uno, dos, tres se escucharon los ligeros pasos de la fragua asesina, estaba vecina, su mirada pérfida le entumecía los hombros, temblaban sus labios, el estremecimiento se posó sobre su espalda como un esbirro de la ruina, el terror, el horror. Uno, dos, se escuchaban cerca, el pavor, uno, dos, en un instante ya, cerró los ojos y se dijo:
¡Tres! Blandió su espada y giró apuntando el filo atrás.
Una singular luciérnaga iluminó el canal a su lado. Voló con gracia y se posó sobre su hombro derecho, acariciándolo con su luz.
 Sobre lo que pasó después, nadie sabe, solo se vio a Hajime entrar a su hogar indemne, con la katana envainada, conteniendo el impecable centelleo de su hoja.
En su habitación dormía apacible su esposa. Apartó su envainada camarada y se arrodilló a un lado de Takagi. Acercó su cabeza, inclinándola sobre la de ella. Aunque el roce de su largo pelo sobre la clara piel la había ya arrebatado el sosiego, Takagi mantenía los ojos cerrados cuando el beso le arrancó de un sueño eterno, toda una vida en penumbras.

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