Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

viernes, 7 de enero de 2011

Sobre Twilight


¿Por qué es que últimamente las historias de aliens, hombres lobos, viajeros del tiempo y superhéroes con poderes inverosímiles, son cada vez más populares? ¿Por qué la juventud se ha envuelto en un velo de melancolía apocalíptica, e ingenia una incipiente  religión  de películas como Crepúsculo, donde el amor existente en la  realidad  palidece de vergüenza ante el profundo e imperecedero, que experimentan los protagonistas de la película?
Al parecer la tendencia en esta era de escepticismo, donde ya ni siquiera la ciencia o la razón de los iluministas tiene lugar más que bajo la etiqueta de “ingenuos”,  es la de creer lo increíble, desear lo inconcebible y demostrar inexorable estoicismo ante las vicisitudes de lo presente. Será que la existencia ya no vale la pena. En efecto, la mera supervivencia parece haberse perdido en la cultura, donde, opuesto a nuestras raíces de cazadores, ya no es clara la búsqueda por nada, la carencia de sentido en nuestra rutina se hace ignominiosa  cada día.
Donde Heidegger postulaba un “proyecto caído” ya no hay más que el absurdo, ni deseo por salir de él, escapar, cuando nuestras mentes pueden llevarnos a un mundo perfecto donde podemos amar a seres inmortales, a su vez capaces de despedazarnos cuando se les plazca.
 Y a este amargo sentir no hay mejor ethos que el del adolescente urbano. Si la evolución nos ha puesto demasiado encima de los otros animales, si el aburrimiento es tan evidente que ya no vale la pena vivir, el mejor amigo del apocalipsis es aquel que aun no encuentra su lugar en el mundo, aquel pionero de la identidad que en culturas “hiperhumanizadas” añora el desarraigo, es misántropo en la era de la comunicación y sufre el sentimiento de un destino fatídico, al pasarse horas y horas libres en casa sin nada que hacer, más que evidenciar lo apócrifo de su existencia.
Consecuentemente, la novela romántica Crepúsculo de Stephenie Meyer ha vendido 25 millones de copias, con su versión filmográfica alcanzo equivalente, sino superior éxito.
Bella Swan (Kristen Stewart) es una adolescente sumida en este abismo de aburrimiento cuando se muda a vivir con su padre Charlie (Billy Burke) en Forks, un pueblo minúsculo, luego del matrimonio de su juvenil madre con un jugador de las ligas menores de beisbol.
Rápidamente el lugar adquiere una hostilidad ausente, que la abstraída Bella (sic: “yo soy de las que mueren en silencio”) experimenta en la inmutable realidad de las personas globalizadas que en su escuela, a pesar de intentar una calurosa bienvenida al nuevo eje de atención, no le merecen interés a Bella.
Y entonces aparece el ingeniero de un mundo quimérico. Edward Cullen (Robert Pattinson), un ser inmortal, rompe nuestro esquema y nos transporta del frío clima de Forks, Washington a una reinvención del paraíso, en un amor sacado de una tragedia griega, pues la naturaleza de Edward (un vampiro) lo hace añorar la sangre de Bella.
Raudamente nos percatamos que Edward, al igual que Bella, es un ser excéntrico dentro de su raza; forma parte de una familia de vampiros “vegetarianos”, que intentan pasar la eternidad alimentándose sólo en base a ganado.
Después de una inesperadamente calurosa bienvenida a la familia de Edward, Bella se ve amenazada por un vampiro cazador, y a pesar de la protección brindada, termina en una experiencia cercana a la muerte. Más tarde y a pesar de sus advertencias, Bella replicaría a Edward su decisión al no dejar que se convirtiera en una vampira.
¡Qué masoquista! aclamarán ustedes. No veo yo más que un escalón arriba en la evolución del hombre.
Se nos ha presentado un animal superior al invicto ser humano. Uno que con la frialdad y eficacia de las maquinas, no duerme, es fuerte, ágil, hermoso, encima de todo inmortal.
En el polo opuesto sin embargo, se nos presenta otro ente mítico, el hombre lobo Jacob Black (Taylor Lautner), un amigo de la infancia de Bella, miembro de la tribu Quileute. Estos hombres lobos viven en comunidad, proporcionan calor en contra de las gélidas temperaturas y vigilan incesantemente a “los fríos”. Son guardianes titánicos del género humano y como tales, poseen muchos de nuestros defectos.
Desde una nostalgia por las raíces salvajes, el cariño de la familia integrada, a un ser frío, inmortal, que permanentemente sufre sólo por la atrocidad que significa su existencia, ¿cuál me es más cercano a mí, una pequeñez envuelta en el medio?
Este debate hace la trama de la historia interesante, porque no es el debate de Bella, sino el de todos nosotros, miembros de la sociedad de la tecnología,  especialmente los que suponen inútil y estúpida toda forma de religión, y ansiamos en “silencioso sufrimiento” la existencia de los extraterrestres, los superhéroes, los vampiros, los viajeros en el tiempo, cualquier cosa que me permita lidiar con esta realidad insoportable.

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