Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

viernes, 19 de agosto de 2011

Un encanto caprichoso


En algún centro perdido de la línea del tiempo, tiempo muy viejo ya, los seres humanos eran inmortales. Pero tantos eran, tantos y todos iguales, que el correr del océano era ya algo superfluo y finito. Tanto sabían, todos estos hombres juntos, que siglos de meditación derivaron finalmente en el estudio inagotable, ad infinitum, de todas la amplia erudición que un escolar precisaba conocer, si algún día nadara en el mundo real.
Por aquellos años, ya abandonado el calendario por exiguo e inútil, el tiempo del escolar se enredaba entre la mente y el cuerpo, rogando cada día un desorden congelase la rueda de la ley, el plan de la vida. Inmortales, sí, pero no inmunes. No queda sino preguntarse el encanto que el cielo tenía para los antiguos poetas, pues en la ciudad no hay más que trabajo y placer.
Recuerdo aquellos años en que no yo también sentía miedo al futuro, y el recuerdo ilimitado de faenas incomprensibles para iletrados en mi arte. Trabajé tanto tiempo solo, que el placer de una magdalena o un buen viaje se perdía en el vasto y trascendente tejido social.
Uno de aquellos recuerdos atesoraba en especial. No trataré de ensalzar su importancia, pues de nada heroico o majestuoso trata. Era algo que había leído en una antigua carta, de generaciones atrás, herencia de mi padre, quizá de mi abuelo. No lo recuerdo.
Querido O.:
Me alegra sinceramente que tu relación con S. esté aflorando, supe desde un principio que eran uno para el otro ¿Recuerdas cómo todo ocurrió? Esa mañana de primero medio, en que por primera vez la viste, prácticamente corriste en dirección contraria para recobrar el aliento ¡como eras de tímido! Aún creo que si admitiste sentarte conmigo, una completa desconocida, ha de deberse a la foto que viste de nosotras. S. siempre fue una gran fotografía, nunca podré recuperarme de la ocasión en que fotografió al niño que se me confesó en la primavera de mis catorce años. Por cierto, siempre quise poseer una copia, me gustaría que se la pidieras, si es posible.
El motivo por el cual te escribo, como podrás suponer, es que en los meses que nos separan nunca he aparecido por tu hogar. Para explicarme debo primero remontarme a este pasado remoto que guardamos con cautela. En los primeros capítulos de su amor, como bien sabes, comenzamos una amistad cercana y juguetona. Yo era una niña algo insensata y hablaba con quien se me presentase en frente, tú eras un hombre pacífico, sin preocupaciones. Cuando me seguiste, buscando mi ayuda, no dudé en presentarla. Noches de conversación con la inalcanzable S. solo para una tarde de encuentro fortuito entre los dos, prácticamente arrastrada hasta la cafetería, donde simulabas con una mediocre actuación hacer fila para comprar el almuerzo.
Pues bien, será mi genialidad teatral, o porque los dos no podían hablar, francamente con nadie, pero casualmente el misterioso juego que engendré encontró su conclusión última en un amor atemporal y despistado entre ambos. Parecían fuera de la época, y las risas que alguna vez provocó nuestra cercanía concluyeron, no sin preguntas e inquisiciones por parte de mis amigas, completamente seguras del amor secreto que entre nosotros los dos existía ¡lo negué mil veces antes, pero nunca me creyeron!
El día siguiente a su primer beso, caminamos juntos después de clase, como era nuestra costumbre. El mismo camino terminaba, para mí, en la puerta del “Café Nuevo mundo”, donde nuestras rutas divergían, y mi arribo a casa era inminente. Igual que todos los días, desde quien sabe cuánto – la costumbre no tiene tiempo – estábamos parados frente a los adultos, bebiendo café para saciar su cansancio, intercambiando las últimas palabras del día. Tú no podías contener la enorme sonrisa, era un retrato inmóvil desde el beso. En algún momento meditaste sobre el devenir histórico de tu felicidad y, mirándome a los ojos por primera vez en el día, me agradeciste, me preguntaste si podías hacer algo por mí, me pediste una orden, me rogaste un deseo.
A tus oídos, esto sonará en extremo inmaduro. No puedo evitarlo. El propósito de esta carta no es retomar una amistad añeja, ni recordar viejos tiempos. Lo que en verdad quiero, es que sepas lo que yo he sabido. Cuando en esa esquina, con una sonrisa, me pediste un deseo, estuve a punto, por los dioses, a un latido, de arrojarme en tus brazos y besarte con pasión.
No sé por qué. No sabría decirlo. Lo único que las palabras pueden hacer por mí, es dejar en tu memoria una excusa, muy débil, sí, pero a la vez poderosa, sobre por qué hace seis meses que no te hablo ni me muestro en su hogar. No tengo idea, quizás el bebé, quizás su felicidad, pero algo ha despertado en mí, y cada día sueño con ese beso.
Yo soy la única culpable de mis lágrimas. Espero me comprendas, y sepas que, aunque lejos, siempre desearé la felicidad de ti, de S., y del niño que su amor ha traído al mundo.
                                                                                        Siempre tuya,
                                                                                                                 M.

¿Podría alguno de estos ser mi antepasado? ¿Es mi sangre su sangre? ¿Debo a esta sufriente mujer, algo confundida, a su humillante esperanza irrealizada que mis ojos leen su carta? ¡que pozo más eterno de vana sabiduría al que he saltado!
Ignoro, aun, si la carta llegó a destino. Ignoro si M. vio en el resto de su vida mortal al hombre que torturaba sus sueños. Esto es lo que sé: La historia de la dama que en algún punto del siglo XX sufrió por un amor correspondido es desconocida al mundo. Solo yo he leído esta carta. Solo yo deseo saber el final de la historia. Cuanto conocimiento he adquirido, no predice el resultado de almas libres. Tal vez tuve razón en tener miedo al futuro, y lo que en el depara, pues del largo camino que recuerdo en mi vida, y de todas las memorias y episodios, el único que en verdad importa, el único de peso, es el de esta mujer, a quien no conozco. Me gustaría salir y gritar, desde el cielo que alguna vez fue grande y majestuoso, como un antiguo poeta, porque si persiste este sufrimiento…

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