Añoro con nostalgia aquellos días de verano en mi ya lejana juventud cuando no encontraba nada que hacer y era devorada lentamente por el aburrimiento. No pasa un momento fuera del devoto trabajo sin ver su retrato, verlo a él, en colores, de blanco, de negro, moreno, hermoso.
Maldito el día en que me enseñaron del amor. Tantos días sumido en ingenua lectura agotando libros edificantes, aprendiendo a enamorarme, solo para sufrir como sufro ¿para qué? ¿Me alimenta? ¿Nutre mi alma, acaso? ¿Puedo si quiera afirmar que poseo tal cosa? No, no, yo haré algo sobre esta avaricia. Una mujer inteligente como yo suspirando el absurdo ¡me rehúso! No dejare a esta novedad sexual de cuentos medievales asediar mi dicha. No esperaré, tampoco, ser racionalista. Estos días ni siquiera los suicidios son una acto de pasión ¿Puedo mirar al futuro? ¿Dejará algún día a su novia?
¿Por qué me importa que tenga novia? ¿No es acaso también, un mero constructo? ¿Quién sabe si ella estará mejor, sabiendo lo que es perder, con esta sed que me congela? ¡Maldita mente errante que mi madre me ha dado, ojalá hubiera un Dios que me instruya en el silencio! No puedo dejar de verme, en otros, en un concierto, en un almuerzo. No hay nada en él que refleje mejor que un espejo.
¿Por qué es, entonces, que no puedo convencerme a mi misma para querer alguien más?
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