Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 23 de agosto de 2011

Quinto Gehenna


Vivir como un asceta entretenido, en ocasiones. Cuando por condiciones fortuitas, que a menudo trascienden el tema de una conversación decente, me veo dentro de una enorme billetera vacía, y una vez recolectadas una a una las monedas de diez pesos entre los asientos del sillón, el piso, el closet, la cama, el porta joyas y los cajones selváticos en que viven seres mágicos, encuentro mi bolsillo con un gran problema, mi estomago se condena al entrenamiento de tener que comer sopa y beber paz.
Sucede que una vez cerrado el camino de la cocina, no queda mucho más que hacer en un día libre. Así como acorde a la primera ley de la termodinámica la energía en un sistema cerrado no cambia, cierro todas las ventanas y me consagro a un día de absoluta inacción. Un errante dentro de la propia conciencia se encuentra a sí mismo con dos posiciones: Comer o dormir. Acabada la primera, veneré el enorme repertorio televisivo que mi mente podía ofrecer; repertorio sorpresivo, insólito, perverso y espiritual.
El escape me llevó a las puertas de un cine. Me adentré, obligado por la coyuntura. Los enormes carteles se mostraban omnipotentes, anunciaban fechas apocalípticas “12 de Febrero”, “llegará pronto”. Confieso haber sentido algún miedo ante el rostro de los nuevos dioses ¿Cómo podría alejarme, como podría encarar el día sin haber visto la última película de Harry Potter? Nada sabía yo, sobre el terror que aquella cueva escondía. Mi juramento, resoluto, se expresaba en el vacio de mis bolsillos. Con rodilla al piso, con las puertas automáticas detrás mío, me persigné y recé ante las figuras, ante el ruido omni-abarcante que allí caía como un trueno eterno. Un niño me vio en el acto religioso y me apunto con el dedo, moviendo sus labios, mientras hablaba a su súbdito: una figura alta, de largo cabello, que lo llevaba de la mano mientras cargaba sus pertenencias. El niño emanaba un aura poderosa. Lo vi por solo un momento, pues el templo rebosaba de seguidores. No pude escuchar su voz, pues los truenos persistían.
Una enorme fila de hombres y mujeres agotados se presentaba en círculos. Vueltas y vueltas, era un ritual incógnito. La gente parecía molesta, me pregunté si era parte de la ceremonia. Quise tomar un descuento, pero según supe, tendría que presentar una hazaña meritoria del honor. En la fila del descuento se encontraban héroes como Belerofonte y Hércules, hombres con cabezas de Hidra y de Medusa. Reconozco que estaban sobre mis capacidades. Pacientemente caminé una a una las filas en las que un mortal común debía esperar. La tercera fila llevaba a la segunda, la segunda a la cuarta, la cuarta a la séptima. Creo haber caído en sueño por un tiempo. No soñé nada, supongo que es natural dentro de un sueño.
Finalmente conseguí una cita con el sacerdote, quien me otorgó un libro, pasaje directo al santuario interno. Mi estomago crujía.
Deseaba continuar en el camino del rio nocturno cuando recordé que no había comido el pan con agua que correspondía al día. Consideré mi posición, recordé los vestigios de sopa, quizá agotada, en la cocina de mi casa. Juzgué, entonces, que lo mejor sería evocar el maná del alimento al sueño. No solo de pan vive el hombre, pero comer dentro de un sueño es gratis.
Pero cuando me acerqué al lugar donde contenían la ambrosia, el hidromiel, en forma de cabritas y bebida, los colores me confundieron. Primero la duda, y luego el terror. El terror, el horror infinito de la certeza, cuando aquel numero se mostraba frente a mí una y otra y otra vez.
Era el precio de aquel alimento, el número con el universo en ceros, ceros en fila, ceros redondos, ceros marchando. El precio de mil y una noches de pan y agua.
Intenté despertar, pero no he sido capaz. Espero algún día recordar, la salida de aquel templo, para volver a las noches donde podía elegir reír en la miseria. Pronto lo haré… pronto lo haré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario