Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

jueves, 2 de junio de 2011

La tercera noche de vaciones


La tercera noche de vacaciones, en pleno inverno, me encontraba en mi hogar cuando recibí una llamada de Rousseau, quien según supe se había conseguido cuatro hongos alucinógenos, y me esperaba junto a Dorian y Sancho en una casa, no sé de quién, para celebrar.
Al llegar el frío era mayor a cuando había subido a mi auto. En la casa se me entregó el respectivo hongo, del cual desconozco aún nombre o naturaleza. Ingerí de acuerdo a las instrucciones dadas.
En unos minutos Sancho comenzó a rodar de lado a lado en la alfombra, gritando eufóricamente. Dorian abrió las puertas del patio interior, se acerco calmadamente al árbol más grande y lo abrazó, luego comenzó a besarlo, se quitó la ropa y continuó las caricias.
Rousseau, aun sentado a un lado mío, me miraba fijamente sin decir nada. Mi estado era igual a hace una hora, con algo menos de sueño. Vi a Rousseau pararse y caminar hacia el baño, luego escuche la llave del agua abrir, el correr del agua no cesó.
Mi reloj avisó las dos de la mañana, una hora desde mi llegada y tiempo suficiente para dejar la casa. Me despedí de los tres, subí a mi auto y comencé a manejar, mi estado era completamente normal.
En uno de los numeroso semáforos que rodean las entrañas de la ciudad, a la única luz de la luna sumo el brillante rojo prohibitivo y las líneas blancas del paso de cebra. Era en este paso de cebra que caminaba tranquilamente, a paso seguro, un duende de pequeña estatura, con largas y puntiagudas orejas, un traje verde y un sombrero ostentoso. Dada la rareza de tales ejemplares supuse conveniente llevármelo, de modo que baje del auto y lo tomé. La resistencia que propuso fue inútil ante algunos certeros golpes aprendidos en mi instrucción de karate y mis hábitos deportivos. Abrí la maleta del auto y deposité al raro espécimen dentro.
Llegaba a mi casa cuando mi reloj daba las tres de la mañana y el sueño había nuevamente retornado. El ejercicio, sin embargo, me había quitado el frio. La  luna no brindó suficiente luz para la operación de extraer al duende del auto, de modo que tuve que usar mi reloj para hacerlo. Até cuidadosamente las manos y pies antes de encerrar provisoriamente a la criatura en mi armario, luego abrí una sola vez la puerta para arrojar algunas zanahorias como alimento. Llamé a Rousseau para hacerle saber la noticia.
A las seis de la mañana la luna había ya dejado la noche y el cielo permanecía estrellado. La neblina me impidió ver las caras de Rousseau, Dorian y sancho, que llegaban caminando. Me acompañaron a mi habitación, abrimos la puerta. Dentro se encontraba un maltrecho hombre de mediana edad y enana estatura, cubierto de sangre y zanahorias, atado con chalecos, con un calcetín en la boca, mirándome sin apartar los ojos, completamente abiertos.
Me han quitado mi reloj, pero parecen ser cerca de las siete de la tarde y la temperatura es aceptable. Me encuentro aprisionado, esperando un juicio, sin saber muy bien qué he hecho, sin entender muy bien qué debo hacer. No he recibido palabra de Rousseau, Dorian o Sancho. Dedicó mi tiempo a meditar sobre en qué gastar el resto de mis vacaciones.

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