Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 28 de junio de 2011

El Nietzsche real

Comúnmente se cree que Nietzsche era un inmoral y nihilista. En realidad, contribuyó directamente, con sus voraces y destemplados ataques, a la primera. No obstante es todo un misterio como se le cree nihilista, habiendo luchado expresamente contra el nihilismo durante toda su vida, siendo esta lucha el tema central de su filosofía. Es quizás el destino de quienes ven la crudeza ser considerados crueles. En una ocasión se me tildó de salvaje por señalar la conveniencia de la guerra a lo largo de la historia rusa como método de control poblacional. Está demás decir que no por ello apruebo la guerra.
En el sentido inmoral, la crítica de Nietzsche es nada más que un reconocimiento. Nietzsche fue un gran amigo, aun si su vida fue complicada. Cuenta una anécdota que un día, caminando por la calle, Nietzsche vio un caballo maltratado por su dueño que sangraba. Al verlo sufriendo, se conmovió a tal punto que no pudo sino correr a abrazarlo y llorar mientras acariciaba su cuello. 
La crítica, entendida como filosófica, es un ataque voraz por cuán radical era la naturaleza que él descubrió oculta detrás de las costumbres. El cristianismo, como forma de abandonar la vida, como hipocresía, como habito, costumbre “comportamiento de rebaño” –término amado por Kierkegaard- falta de pasión, falta de moral, buenos cristianos que roban, asesinan y violan.
Si él consideró algo una falta, fue la adoración hacia lo extra-mundano. Sumisión entusiasta que consiente la atrocidad en añoranza del futuro indefinido, y la tragedia mas indecible prolongarse ignorada bajo el mar de ilusión que trae la utopía fraudulenta. El socialismo, proponiendo, como hace, futuros imposibles e irreales, es también la cuestión de la creencia trascendente. Así como esta permite la matanza, promueve la ceguera. Así como el ideal capitalista, el de una sociedad donde todos se benefician del bienestar económico, permite la ignominia de quienes han nacido bajo la sombra. Es la crítica a la abstracción vana, al ascetismo inaparente, a no ocuparse de la vida. 

Dada esta queja hacia lo excesivamente abstracto, rechazó a Sócrates y su “odio a la vida”. En uno de los primeros diálogos, Sócrates habla de “hacer filosofía como un alma pura para siempre”. Sócrates es un autor invisible, pionero de lo trascendente, de creer que el alma completa puede existir integralmente fuera de este mundo.  
La posición vitalista, en cambio, estima esta ceguera de trascendencia como la tiranía de la razón, que engendra el otro mundo y menosprecia la pasión. La pasión, no como desenfreno inmoral, sino como la única base de la moral por la cual ella tiene sentido. Fue Sócrates quien desprecio los sentimientos, quien monopolizo la razón como un bien moral. Nietzsche enuncia las bases por las cuales amar el vivir no es inmoral, sino por el contrario, la única forma de vivir en que la moral es posible.
 ¿No es acaso preferible, que no asesine otro porque lo quiero? La  idea de prójimo como cercano es una magnifica abstracción, pero es por ello un “ser humano”, no un alguien. Donde no hay nombres, no hay deseos ni aspiraciones, tampoco voluntad, quedando solo la renuncia hacia la esperanza y la realidad monoteísta. Para el cristiano común, no hay prójimo alguno. Su lucha se torna, entonces, sobre las minucias de la burocracia eclesial, tanto como la burocracia de la propia vida que preocupa a Kafka. 
Es que suena tan importante negar el matrimonio homosexual, asesinar herejes, condenar la inmoralidad, y todo tipo de conductas para prolongar la religión como función burocrática de mantener una existencia contenta, de no tener que preocuparse por la propia existencia. Eso es nihilismo. ¿Qué pasaría si un día despiertas, como Gregorio Samsa, convertido en una cucaracha? ¿No es acaso, probable que, en algún aspecto, ya seas una cucaracha preocupada del trabajo, de la salvación, de cualquier actitud voyeur en la vida que te pre-ocupa, arrojando la existencia a un abismo de olvido? 
La subjetividad en Nietzsche toma un fuerte tono existencial distintivo que lo aleja de Hegel, el idealista por excelencia. “Que no hay diferencia entre apariencia y realidad” es una declaración, más que metafísica, cómica. Es una parodia de las risibles actitudes de sacrificio que suponen algún grado de superioridad espiritual, sacrificándose por algún ausente poder antropomórfico, negando el amor carnal, negando el alimento. Siddhartha discierne, después de experimentar tal vida, que esto no es progreso espiritual. Se trata de un necio placer asceta,  en modo alguno diferente a ser un borracho empedernido. Es emborracharse con otros tragos.
Por lo pronto el iluminismo se concibe también, como una forma de adoración incauta hacia lo trascendente de la razón. No trataba Platón, de la irracionalidad celestial; del mismo modo, el socialismo, a modo de racionalización, no hace sino inventar nuevos cielos. El cielo en la tierra, un cielo de futuro ausente. Solo desde Hegel tenemos una visión de la Historia como corriente necesaria. “Mejor que no hubiera futuro”, diría Nietzsche sobre los griegos antiguos, no como deseo de la muerte, sino como ansia a la vida. “El cristianismo es platonismo para las masas” remarca colérico.
En su obra La genealogía de la moral, Nietzsche expone su amplio conocimiento sobre la cultura griega y las bases sobre el canon occidental de la moral se sientan. En tal estudio encuentra que, el cristianismo, desde el platonismo en adelante, es una mezcla de moral de esclavos, zoroastrismo antagónico, adoración monoteísta, y respuesta subversiva a la moral de los amos en antiguos.  Moral sobre la cual se funda con un sentido simétricamente opuesto.
La moral de esclavos reniega su propia existencia, pues es moral de en negación de la moral de amo, la moral que Aristóteles defendía. Donde el bien es aquello que de excelencia-virtud, que para Aristóteles son lo mismo, para el cristiano, el esclavo, el bien es lo patético, lo débil. “Los débiles heredaran la tierra” y “más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja a que un hombre rico entre en el reino de los cielos” La atracción post-individualista de la atomizada sociedad de masas hacia el mal no trata de sobreponerse a esta marchita idealización del débil. Si se admira al delincuente hollywoodense, a Hitler, o al diablo, es comúnmente por el nihilismo, el de destruir los mitos anteriores – matar a Dios – pero no elevar nada sobre él. El de quedarse solo ante la nada. 
Nietzsche simplemente ve que la humildad, tanto como la excelencia sin carácter, es una moral vana. Dios está muerto no es una declaración atea, tanto Lutero como Hegel lo habían dicho. Dios está muerto realmente, porque nosotros lo hemos matado. En tanto ya nadie, aun si declara que lo hace, cree en él, y consecuentemente no posee ninguna sanción moral, ninguna significancia, en efecto, ha muerto.
Desde Jesús, el judaísmo tomó una dimensión moral agregada a la naturaleza espiritual de sumisión a los dioses. Los dioses griegos de Homero no condenaban el asesinato, pues eran dioses humanos, solo adorados por su divinidad, mas no por su abstracta realidad de omnipotencia, omnipresencia, etc. Para el relato cristiano el invento del bien es esencial. La moral necesita, como pugna, una imagen metafísica, y el zoroastrismo proporcionó esta imagen con la idea del  bien y el mal. La lucha, creación de los persas, toma una forma natural donde el mal y el bien están presentes en el mundo, hecho que explica, en gran parte, el apocalipsis y los infinitos relatos de santos armados, comúnmente asesinos –nótese, asesinos del mal – Nietzsche nos dice: esta distinción es ficticia, y no es una ficción particularmente brillante.
Si defiende una moral guerrera – compréndase como analogía – no es por asesinar, sino por la búsqueda de excelencia. El heroísmo admirado en homero: Cada uno de nosotros debe pensarse como Aquiles en el mundo cuando actúa de manera moral. Que el acto moral es excelencia. La diferencia entre la moral de amos y la de héroes es que, como es fácil imaginar, para Aristóteles la virtud que el esclavo, el comerciante o el hombre común puede adquirir estará siempre en un grado inferior al del filosofo, mientras Nietzsche, en este y muchos otros puntos un primer existencial, simplemente habla de encontrar “algo que amar” y hacer de ello nuestra vida.
Nietzsche, por tanto, no ataca más que ciertos aspectos de la moral judeo-cristiana. En ella, se centra especialmente sobre su detracción a la vida  y sus nociones crueles e hipócritas. La moral no es nunca universal, pues toda consideración es a favor de unos y en desmedro de otros. Evidentemente, el amor extendido a los enemigos no es realmente amor en absoluto, sino quizás se explique cómo amor a la “propia alma”, es decir, como justicia egocéntrica o etnocéntrica, que posibilita tanto la miseria como la perversión. Esta moral es, ante todo, peligrosa. Cuando EEUU invade en nombre de la libertad, esta asesinando y robando en nombre de la moral universal. Cuando Juan Pablo II niega la ayuda a los pobres de Latinoamérica en base de los ideales liberales capitalistas – y por su rechazo de la utopía marxista - está abandonando a los miserables del mundo en nombre de la moral universal. Tanto la segunda guerra mundial como la guerra fría, por todos los bandos, se hicieron en nombre de la humanidad y en contra del fascismo.
Compréndase la digresión comparativa entre distintas formas de moral y su razón concomitante:
Argumento kantiano o cristiano
No miento, porque mentir está mal
Hay alguna forma en que existe un patrón universal en si mismo que hace las mentiras malas.
Argumento utilitarista o capitalista
No miento, porque mentir causa mal
Mentir trae sufrimiento en otros, el sufrimiento es indeseable. Maximizar el bien hace mentir indeseable, y por tanto es un mal.
Argumento nietzscheano
No miento, porque no soy un mentiroso
Yo, como persona viva, sin importar si la vida tiene o no sentido, sin importar si es por la perpetuación de la especie, sino solo porque vivo, tomo alguna forma, me reconozco como persona, una persona que no miente.
Aunque no está presente en sus escritos, la palabra responsabilidad expresa muy bien la sensibilidad que quiere explicar. Se trata, antes del cielo, de vivir en la tierra, y de qué hacemos en ella. Esta expresión vitalista lo lleva a declarar en El origen de la tragedia que “solo como un fenómeno estético, puede la existencia del mundo tener sentido”. En otras palabras, para Nietzsche, el bien es hermoso.

El único aspecto nihilista sobre el cual se acusa a este autor juiciosamente es su consideración sobre la subjetividad.  Hay una importante relación entre el budismo y los existencialistas, la siguiente historia ilustra el punto por el cual no es nihilista declarar que no hay cosa en sí:
Un día algunos demonios, discípulos de Mara, vieron a un asceta que encontró una verdad – así acercándose al nirvana – Los demonios, preocupados, fueron donde su maestro y exasperados gritaron:
“Maestro, maestro, un hombre a encontrado una verdad, ¿No va a hacer nada al respecto?
A lo cual Mara respondió calmadamente: - No se preocupen, ya lo convertirán en una creencia.
Para el ser humano, lo que es verdad es lo que conviene en la práctica. No hay sino un respeto silencioso hacia “la verdad” que francamente, a nadie le importa. Lo único que podemos hacer, es contemplar las apariencias. ¿Es esto nihilista? El nihilismo es la nada. En ausencia de verdad, nos quedan multiples versiones, nos queda, aun, la vida, y con ella, la belleza. 
Mucha respuesta a Nietzsche trata sobre beber mucho y maldecir a Dios. Lo que se ve, detrás de todo este nihilismo, es que uno debe ser alguien. Nietzsche le hablaría a estos entusiastas, quizá preguntando ¿Es esto lo que amas? ¿Es este el exceso dionisiaco? Tanto la voluntad del músico como la voluntad del militar son disciplinas para las cuales la excelencia fomenta la propia existencia. Lo que cada uno hace con su vida, no tiene posiblemente que ver con algo que un autor del siglo XIX, tanto como con el sentido que uno escoja otorgarle. Insultar a Dios es culpar a un ente ajeno de la miseria propia, es una excusa irresponsable.
Sobre la libertad,  para él “Todos nacemos esclavos”. Con esto suscribe a la noción de Kierkegaard, en donde, incluso si nacemos de cierta manera, somos responsables de quienes somos. Esto es “amar al destino”. Aristóteles habla de la unidad de las virtudes, Nietzsche habla sobre su multiplicidad. Se trata, nuevamente, de la libertad, y que cada elección determina tanto quien serás como quien no eres. “Sé quién eres” no es tanto una tautología, como una profecía.
A menudo se asume que a un acto precede un juicio. Al acto que no precede causalidad aparente, le adjuntamos tentaciones “inconscientes” o causas mentales ocultas. Nietzsche dice que esto es, para la mayoría de nuestras vidas, errado. La mayoría de la vida se pasa en acción. Entender la acción como ejercicio de libertad, como expresión de “la voluntad” es imposible, pues no hay tal cosa como la voluntad. La voluntad es una creación mitológica, tanto de Hegel, como de cada uno de nosotros. No se trata, por supuesto, de considerarnos esclavos del caos, sino que, para Nietzsche, el “destino” es el carácter, la persona que hemos sido. Tiene menos que ver la voluntad con cómo hemos nacido, que con simplemente haber nacido. Es decir, la existencia no es libertad, pero la libertad, comprendida como voluntad kantiana, es una ilusión, y la conciencia está sobrevalorada. No es, tampoco, el pesimismo de Schopenhauer, quien desprecia el curso de nuestras vidas y como cada acto se rastrea a la futilidad que es la vida. Para Nietzsche, que la prolongación de la especie tenga que ver con el sexo, o que el sexo cree placer, no importa en absoluto. Lo que importa es que uno está vivo ahora, y eso es lo único que hay.
La prueba, entonces, es la siguiente: Frente a cierta acción que ocurrirá una vez, solemos decir “bien, ya ha pasado” ¿Qué ocurriría, sin embargo, si se nos ofreciese repetir la propia vida, en cierta forma, infinitamente? Surge el asco. Esta es la crítica que nos concierne. El eterno retorno puede ser, entonces, ver qué es tu vida, ver qué haces, y hacer de ello algo que, felices, repetiríamos para siempre. 
Schopenhauer habla de la voluntad, fútil como es, como la cosa en sí. En otras palabras, la verdad de nuestras acciones no es propia, y ciertamente no individual o universal como diría Kant. Nietzsche, por otro lado, niega absolutamente la cosa en sí, borrando, de paso, el pesimismo. Pretender el motivo como si existiera por sí solo extrae cierto acto a cierta causalidad, es un absurdo filosófico. La libertad confunde causa y efecto. Como si hubiera cierto acto de voluntad, después ocurriera una acción. Este paradigma de causalidad es, para Nietzsche, una tontería. El acto de voluntad, en cambio, debe entenderse como algo muy extraño y completamente fuera de lo común. Que “solo haya acción” no significa, en ningún modo, que la vida sea detestable. Lo que nos quiere decir con esto es que, si somos o no libres, no tiene implicancias sobre amar o no la vida.
Tratar de justificar las acciones detrás de cierto patrón o causa es, por tanto, ridículo. Mucho más que “actué de este modo porque necesitaba esto otro” o “actué porque así debe actuar la humanidad” es simplemente “(yo) actué” – con el yo a menudo ignorado – dónde la causa real detrás no es la cosa en si o la razón, sino que la apariencia, la vida, que, para Nietzsche, no es en absoluto diferente a la cosa en sí. Cierto que no podemos ver la cosa en sí, pero para Nietszche, no hay tal cosa en sí, hay meramente la apariencia, y la apariencia es, de hecho, la cosa en sí, pues soy solo yo quien interpreta.
Tomarse la vida en serio no implica de sufrir. Del mismo modo, entender que tomarse la vida en serio significa no reír, es no entender la vida en absoluto. Tomarse la vida en serio significa, en realidad, tomarse la vida como una oportunidad, no como un castigo.
Nietzsche se resume en lo siguiente: La vida es hermosa.

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