Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 14 de junio de 2011

Un mejor mundo: El debate sobre la educación en Chile


El problema

Hay en el debate contingente un visible carácter infinito propio de las irreconciliables posturas pragmáticas e intelectuales. La educación ilustrada, la educación que eleva el espíritu, posee una cierta gratuidad que detesta el pago material. La otra posición, en cambio, merece al menos atención en tanto la mayoría de nosotros necesitará en algún momento comer con nuestro trabajo. Ganarse la vida es, en contra del ideal decadente anti-capitalista    – por cierto, también anti-existencial - necesario y eleva el espíritu. El trabajo no es mejor por no ser pagado, sino se trata de en qué grado es posible concordar un punto medio entre la necesidad de pensamiento, el uso de razón y el ejercicio práctico de nuestras aptitudes. Debe notarse que el mero ejercicio del intelecto no conlleva, en ningún modo, un mejor mundo como una cadena lineal inevitable de causalidad, sino muy posiblemente traiga la angustia proveniente de idear un mundo mejor al de la realidad cotidiana – hecho que no nos exime de ejercer las meditaciones necesarias – Tanto más grave es cuando, después de largo esfuerzo, no hay seguridad sobre ni siquiera el alimento.
La decadencia de las utopías no es el mejor camino para una sociedad mejor. Se requiere al menos cierto grado de antojo imaginativo para que un lugar no-posible sea efectivo en algún momento del futuro. Es efectivamente necesario ejercer nuestros derechos cívicos en aspectos críticos serios, que dichas críticas se expresen, en lo posible, en el mundo tangible o factible.  En cuanto una crítica se distancia de un sueño comme il’faut y atañe el nihilismo, desesperanzado por naturaleza, la costumbre crítica alimenta un circulo venenoso de lamentos, circulo que ordena renunciar a nuestro propio pesimismo si hemos de escapar. En esto se ve el claro ejemplo de aquellos que marchan cargando ostentosas cantidades de alcohol en el cuerpo, actos autodestructivos que si bien cargan peso existencial, revelan una realidad ontológica social propia de nuestra generación, de la cual debemos abstraernos si queremos “avanzar” hacia un progreso democrático. Quizás sea necesario especificar en qué sentido es posible mejorar el mundo con la mera instrucción. Esencialmente, todo lo que escribo aquí es poco claro en tanto las abstracciones no poseen ningún poder sobre el mundo. No obstante, la autonomía intelectual, meta de la educación, conlleva la moral, y presupone entonces un juicio respetuoso sobre los otros – solo en tanto reconozco otras opiniones puedo separarlas y, finalmente, ser en algún grado autónomo – Como ha sido explicitado por Piaget, hay en la educación tradicional una falta de armonía entre la enseñanza de la moral y el cultivo intelectual, cultivo a menudo secundario a la instrucción pseudo-alimenticia de teorías como recetas.
“La educación es un derecho” Frase que proviene, por supuesto, de la asunción de una existencia de derecho para y por los ciudadanos, derivada del ideal ilustrado cuya base es el nuevo rol del Estado para un mundo moderno. Si se permite el lucro es el mercado es porque en caso contrario, no habrían incentivos más que ideológicos para la creación de dicho mercado ¿Es efectivamente deseable que el mercado se encargue?
Muchos notarán la paradoja de la inversión privada en educación. La educación es, en cierto modo, un bien público en el desempeño de un niño a futuro que si la tuvo versus uno que no ha tenido la posibilidad. Esta pugna en el nivel profesional se expresa en sus últimas consecuencias con el desenfreno hacia la educación universitaria. En un futuro cercano, muy probablemente muchos de estos profesionales trabajaran en el extranjero, resultado ineludible, considerando la situación del mercado nacional. Este paradigma asiduo es palpable a lo largo de países con alta educación, con un mercado no adecuado a las ofertas que el capital humano brinda.
 En muchos casos, la educación superior sería mejor definida como una inversión que una expresión de amor a la sabiduría o el conocimiento. Estudiar en la universidad representa, para un enorme número de personas, un vehículo para una supervivencia garantizada durante su vida adulta. Es por este motivo, que en tanto el desempleo de titulados existe y es grande, el problema es propio del mercado del trabajo y no estrictamente tratable dentro del plano de inversión estatal en educación.
Nos enfrentamos, consecuentemente, al problema del rol del Estado en las instituciones sociales, rol que, si desechamos el lucro, debe ser creciente y fundado en los impuestos, hecho que atenta contra el ideal liberal dominante. Adicionalmente y de enorme importancia es el siniestro estándar de igualdad con el que operamos en Latinoamérica y en Chile en particular, país que hoy posee una escandalosa repartición de la riqueza, a la cual se opone la aun mayoritaria posición de “los pobres flojos”. Al contrario de caer, esta opinión medra a través de la censura implícita, legado de la dictadura, a la libre expresión en los medios de comunicación y el peso que nuestro país pone sobre nosotros. Este peso es uno que todos debemos asumir, el peso de ser un país pobre, dominado, donde desde la conquista y durante la colonia hemos seguido ideales europeos que la elite vive y el resto de la sociedad no alcanza sino en los sueños más quiméricos.
Un aspecto positivo, al menos, que podemos extraer de todo esto es que dichos sueños comienzan, tímidamente, a filtrarse en la sociedad real, fuera de las clases dominantes, en la medida que el desarrollo económico trae, no solo materialismo y lucro, sino también la posibilidad de conciencia de clases, democracia real y manifestaciones cívicas meditadas, fundadas, necesarias.

Nuestra Juventud

Acaecido, al tiempo perdido, es el cambio de centro etario en el que la cultura vive actualmente, cambio del cual no podemos pasar como gesto vital que es la manifestación rebelde, propia ciertamente de la juventud, rango etario dominante actualmente. La juventud es, en cierto modo, la victoriosa de la vida. Progresivamente la sociedad se ha coloreado de tez joven, extendiese el periodo de estudio, alargando las fiestas, incrementando el consumo juvenil, obligando al padre o madre a pagar numerosos objetos de consumo considerados hoy derechos irrevocables.
La devoción hacia la simultaneidad y la riqueza elevan la educación a la categoría de “aprendizaje del espíritu”, categoría antagónica a las acciones del mayor curso de nuestras vidas, curso que releva nuestra juventud, significando un cambio en él la educación y las actitudes que por ella tomamos. No es cierto que ser joven es prepararse a ser viejo, pero como Ortega y Gasset ha dicho, tampoco es correcto evitar esta gestión decididamente. Es la última corriente la que domina nuestra conciencia histórica, y el progreso económico, además de tecnológico,  que posibilita su continuidad a lo largo, incluso, de la década de los 30. En este aspecto el individualismo capitalista liberal choca con el legado colonial español, dejando detrás un hombre soltero de 33 años sin trabajo, viviendo en casa de sus padres, sintiéndose oprimido, respondiendo a esta opresión con el frenesí de la decadencia.
Cortando lazos con la propia adultez, llegamos a una época de juventud victoriosa que desea, en posición dominante, un mundo mejor ahora, pero no se siente lista para levantarlo por sí sola. Dicho síntoma de la juventud del nivel histórico es sumamente curioso cuando vemos a la clase política, actuando pavorosamente confabulada con las elites económicas, intentando estabilidad, proyectando la nación hacia un tiempo en naturaleza distinto al de quienes cargan carteles y marchan enfurecidos.
Es, por supuesto, injusto como el mundo se lleva. Mucho más interesante que juzgarlo injusto es saber cómo es injusto, o más aun, como reparar la injusticia. Ciertamente el planteamiento resiste las demandas inmediatas que el mundo de los medios puede brindarnos con una bonita película. En realidad, la injusticia traspasa generaciones. Lo que la educación ofrece es, en cierto sentido, llevar al mundo esté bien que deseamos dentro de nosotros. Por ello y desde este carácter intransigente de las nuevas generaciones, el de renegar el pasado o rechazar fragmentos de él, que nace la creencia popular de la “subida del nivel de vida”. Como ha sido retratado en las novelas de Orwell y Huxley, la sociedad no se mueve en direcciones positivas, se mueve hacia donde nosotros la movemos. Nuevamente, este llamado no nos exime, sino obliga a la “responsabilidad” que cada generación considera en sí misma, sobre los cambios que considera apremiantes.
Volviendo al rol del Estado en la educación. El lema “gobernar es educar” expresa bien el nuevo concepto de Estado padre que tenemos. Luego de la década de los 80’s, sin embargo, el Estado chileno ha tomado un sesgo liberal, anulando el Estado de bienestar que aún perdura en nuestras mentes. Es esta idea de la “acción directa” que en los jóvenes habita que la política aun no incorpora  a los mecanismos burocráticos, y es que los mecanismos burocráticos, por definición, se han establecido con el propósito de perdurar las instituciones, negar el cuestionamiento juicioso radical y hacer perdurar “lo que funciona”. Un cambio de concepto en democracia ha ocurrido en la última generación que el país aun no asimila, una democracia distinta a la relativa al gobierno presidencial, versus la dictadura, sino en cambio una democracia que se opone a la injusticia, estimando ella su enemigo ulterior, fundándose  en ese significante para la compresión del cambio en concepto. En estricto, una nueva forma de entender democracia, no solo como ejercicio político de elección, sino como mecanismo de justicia.
Por lo anterior, este movimiento dista de ser algo explosivo. Es más bien, la expresión de un proceso complejo, de un país de último mundo que comienza a verse a sí mismo con esperanza. Veamos al pasado para advertir que la esperanza puede traer nefastas consecuencias, y por tanto ha de ser llevada con prudencia, pero no con miedo.

El dinero

La construcción de una sociedad de ciudadanos informados es igualmente importante que la creación y mantención, con progreso, de las instituciones que dichos ciudadanos conforman, y es, pues, evidente que la comunión de nuestros individuos formen todos y cada uno de los componentes que reconocemos como sociedad, cultura, civilización, nación. Por tanto sucede que la institución particular, por ejemplo, la familia, sufre frente a la polarización creciente de individuos y sus demandas, que no llamaremos egoístas en función de evitar juicios morales. Dichas demandas individuales dan preferencia a una economía fundada en el consumo, y es igualmente evidente que toda economía fundada en el consumo fomenta el individualismo en tanto el beneficio de tal consumo es generalmente propio del individuo y no de las instituciones que conforman la sociedad.
El caso de la escuela es paradigmático en cuánto ha cambiado el mundo y cuan poco ha cambiado esta institución. No se trata exclusivamente de la enorme cantidad de tecnología y la aplastante derrota de la familia y la escuela a los medios de masas, hecho que no deja de ser importante. Se trata, además, de la democratización, limitada, pero real, que ha experimentado la sociedad a lo largo del siglo XX, de modo que hoy la cobertura en educación básica y media es casi completa.
El siguiente asunto es el de la forma que la educación toma. Si bien la mayoría de los jóvenes reciben educación básica y media, el problema del conflicto de clases no calla. A través de los polos educativos, radicales y del todo groseros, persiste el problema respecto a la calidad  de las instituciones, que no garantiza un nivel de vida equitativo, ni tampoco, como se cree, lo garantiza el esfuerzo individual espontaneo del “joven trabajador”, caso seguramente extraño y perfectamente asociable a la naturaleza familiar más que a la escuela, que, en tanto ya es un derecho, no representa un beneficio exclusivo y deseable, por el contrario, es detestable para muchos de los que a ella atienden
Cuando digo que el conflicto de clases persiste, es porque el mecanismo de inclusión universitario en Chile mide patrones que en situaciones de pobreza no se fomentan, primero por el nivel de educación de los padres, y segundo por la manera en que ellos educan o pueden educar a sus hijos. Una y otra correlacionan, un padre que no puede sentirse a salvo económicamente no desea ni puede imprimir disciplina en su hijo. Así nace el “pobre flojo”, el ciudadano que, en una situación de desesperanza, aprende su situación. “Desesperanza aprendida” como notó Seligman, que hemos de remediar en función de no caer en ilusiones de doble posibilidad como “o trabajas o te va a ir mal”. Nos enfrentamos, no con un dilema, sino al menos con un tetralema.
Es apabullantemente tétrico el poder que el dinero representa en la vida. No es siquiera necesario poner en juicio el dinero mismo, sino por su función, que aparece lógicamente como el contenedor del poder mismo, es el poder dinero, y el dinero mismo poder. Por ello la miseria es tanto más miserable cuando se ve impotente a su situación, perpetua, cristalizada.
Se dice, sin embargo, que el dinero no trae la felicidad. Es que el dinero mismo, significando poder, otorga posibilidades, no certezas. La liquidez del capital alimenta tan poco el bienestar social que no significa más que la sobriedad para un borracho empedernido. No nos emborrachemos en esta noción. El dinero es efectivamente insuficiente, y siempre lo será, pues no representa ni de cerca la totalidad de los intercambios sociales que acaecen, no trae consigo justicia ni asigna el poder más que por la existencia de los hombres. Ha sido costumbre que donde hay hombres, haya moral, y donde hay moral, es porque la moral es necesaria. Consecuentemente, el sistema jerárquico postmoderno se encarga de asignar los recursos en base a un sistema radicalmente nuevo, fundándose en una errada creencia, la existencia de “igualdad de oportunidades”
No es necesario indagar mucho para contemplar la sentencia que esta creencia impone sobre nuestro país. Es, en cambio, menester continuar en el trabajo y el estudio de nuestros tiempos hacia un mundo mejor, por muy difícil que este sea, y vernos como agentes de cambio, distintos, no en esencia, sino en grado, al político más ilustre e inefable.

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