Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

sábado, 8 de octubre de 2011

Ulises y Nietzsche

Nietzsche vio la banalización y burocratización del orden burocrático en Europa moderna, y lo juzgó repulsivo.  Quería encontrar, en esta vida cotidiana, ese componente dionisiaco de irracionalidad y excelencia presente en Homero. Vio lo trágico de una existencia sin deseos, cómoda, la del “último hombre”. Nietzsche quería contar un relato que merecía ser vivido una y otra vez. El “eterno retorno” a la propia vida, a una vida cuya historia fuera apasionada, y no nihilista, una vida grandiosa y aventurera, aun si trágica, entre las vicisitudes de lo ordinario en el mundo urbano desarrollado. Pues por ser tales hechos corrientes, su nombre los ha abandonado; no son hechos en absoluto.
Pero Nietzsche sabía demasiado y era demasiado reflexivo. Nietzsche quería la vida de Ulises, pero tuvo que enseñarla en sus libros. Para eso, jugó Platón a su propio Sócrates.
Esta fue su tragedia. A los cuarenta y seis años, su obra era su vida. A los cincuenta y seis, su hermana se había ya aprovechado de sus manuscritos. Loco, tras una larga vida llena de enfermedad, Nietzsche murió sin viajes. Nunca tuvo tiempo de extrañar su hogar.
 Es tal vez el punto más importante del Ulises de Joyce, que nuestra vida, nuestra insignificante “enfermedad hasta la muerte” como dijo Kierkegaard, es una odisea. Esperemos que en su final, haya algo que merezca la pena ser contado.
Por mi parte, encuentro algún consuelo en el amargo recuerdo de un hombre tan sensible para empatizar con un caballo herido, para derramar lagrimas por su sufrimiento, que sin embargo, puede vivir en sus lectores a través de una vida en busca de pasión. Y tal vez fue esta búsqueda una pasión suficiente, pues despierta mi más profunda admiración.

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