Veo a mi sobrino pequeño jugando la última generación de “God of War” en el PlayStation, en la pantalla, el musculo sujeto que se somete a su voluntad ha caído desde la espalda de un gigante. Derrotado, sangra en el suelo; patético y pequeño, muere.
Mi sobrino agita con violencia el controlador que ata este mundo a la hiperrealidad del guerrero. Con fuerza y de una sola vez, arroja de sus manos el cordón de su marioneta, da la espalda a la pantalla y grita con furiosa desesperación.
¿Pero por qué te enojas con una maquina? – le pregunté, extrañado
Sorprendido, mira directamente a mi boca. Es como si hubiera expirado el fuego de un dragón. Me ve, fuera del mundo real, juzgando pretenciosamente a sus compañeros y camaradas. Tanta es la emoción del día que esta realidad le trae, que más que una herejía, he cometido un asesinato. He asesinado la realidad, y no me he percatado de ello.
Parece ver a través de mí. Condena, desde el mundo ideal que todas las religiones desearon. Por fin lo hemos conseguido. Ya no hay que creer. Ya no hay que escribir. El paraíso existe, y es más real que la realidad misma.
“Perdón” – le dije
¿Quiénes buscan el fin del mundo? Ese mundo ya no existe. El escándalo y los gritos de indignación han llegado muy tarde. Padres y antiguos hombres vivirán sus vidas en furiosa contemplación, fuera del mundo. Pronto habrán muerto. Nada existe, sino es virtual. La nueva realidad es infinita. En ella, los mortales no son sino sombras…
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