Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

martes, 12 de julio de 2011

La fundación

Cuando me piden que cuente la historia de la fundación, me resulta difícil decir la verdad. Verás, pedirle a un sequito de monjes que asalte y deprede infantes y ancianos resultó sorprendentemente difícil. Ante todo, subestime gravemente la sensibilidad religiosa de mis compañeros. No obstante, esta  fue una preocupación menor,  comparada con intentar disimular los llantos de las carpas de campaña. Los reclutas extrañaban a sus mujeres, eso lo comprendo ¡Pero está repleto de doncellas aquí! La desgraciada de mi hermana tuvo que expresar su gusto hacia al género masculino entre las tropas. No es que le reprochase su excentricidad, y sus gustos me tienen sin cuidado; pero cuando comenzó a leer Orgullo y prejuicio la noche antes del saqueo, lo hizo con tal gracia que pronto todo estaba perdido.

Me piden que cuente una historia, pero aquel flaco comandante asediado por varias mujeres robustas, apaleado por piedras de niños, no podía ser yo. Ese, sin duda, no era yo. 
Algo muy extraño ocurrió. En la noche, después de haber huido de dueñas de casa, mojaba mis heridas de guerra en agua cuando vi una niña errando alrededor de la fuente. Al principio me pareció que estaba borracha, luego pensé en ese peculiar caminar aventurero, y se me ocurrió una excelente idea. En tres noches de arduo comercio y tráfico de barriles, las sospechas sobre mí eran universales. Corría de lado a lado con capuchas vertiendo sospechosos líquidos en el agua.
Lo más cómico, a mi juicio, es lo rápido que cayeron borrachos. En el cuarto día de esta invasión de monjes solidarios y hombres enamorados, desperté a una ciudad durmiente. El vino de la fuente se había expandido, pronto en el pozo, pronto en su sangre, de modo que sería fácil poner mi lastimoso cuerpo en el trono. Planeaba disfrazarme como el rey y quedarme sentado para siempre. La sorpresa llegó cuando supe que no solo no había tal cosa como un rey, sino que la ciudad entera había ya elegido un regente. La elección había ocurrido en la noche de juerga, planteada por mí como sabotaje, y el líder no era nada menos que mi hermana.
 Admiraban ante todo su gran elocuencia y erudición. Cuando inquirí sobre su sabiduría, y la gracia que habían visto en semejante mujer, mi fascinación no fue menor que mi desconcierto.
Yo, que tenia amplio conocimiento de la ley desde Roma; yo, que sabia griego, que sabia filosofía y matemática, era un pobre inútil. Sucede que mi hermana había escrito algunas historias, caperucita, blanca nieves y quién sabe qué, y esas historias habían, de algún modo, alegrado el corazón del pueblo.
Es desolador saber que la profesión de Bardo se valora más que la de escriba, pues ya tenía buen camino recorrido cuando elegí las cuerdas. Aun así, encuentro consuelo en esta rareza. Si me piden que les cuente esta historia de fundación, no tengo más que mentir un poco, pero bueno ¿No era de eso lo que se trataba ser Bardo?

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