Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

lunes, 25 de junio de 2012

Selección Krishnamurti IV


Pregunta: La familia es el armazón de nuestro amor y codicia, de nuestro egoísmo y división. ¿Qué lugar ocupa ella en su esquema de las cosas?

Krishnamurti: Señores, yo no tengo ningún esquema de las cosas; ¡Hay que ver de qué manera absurda pensamos en la vida! La vida es algo viviente, algo activo y dinámico, y no podéis ponerla en un marco. Son los intelectuales quienes ponen la vida en -un marco y tienen un esquema para sistematizarla. Yo no tengo, pues, un esquema; pero consideremos los hechos. Está primero el hecho de nuestra relación con otros, ya sea con una esposa, un esposo o un hijo -la relación que llamamos “familia”. Examinemos el hecho de lo que ella es, no lo que desearíamos que fuera. Cualquiera puede tener ideas temerarias acerca de la familia; mas si podemos considerar, examinar, comprender lo que es, tal vez seremos capaces de transformarlo. Pero el encubrir simplemente lo que es con una serie de hermosas palabras, llamándole responsabilidad, deber, amor, es algo que carece de sentido. Lo que vamos, pues, a hacer, es examinar lo que llamemos “familia”. Porque, señores, para comprender alguna cosa tenemos que examinar lo que es, no encubrirlo con frases de agradable resonancia. Ahora bien, ¿Qué es lo que llamáis familia? Es, evidentemente, una convivencia de intimidad, de comunión. Pero en vuestra familia, en vuestra relación con vuestra esposa, con vuestro esposo, ¿hay acaso comunión? Eso es, por cierto, lo que entendemos por convivencia, ¿verdad? La convivencia significa comunión sin temor, libertad para comprenderse unos a otros, para comunicarse directamente. Es obvio que la convivencia significa eso: estar en comunión unos con otros. ¿Lo estáis vosotros? ¿Estáis en comunión con vuestra esposa? Quizá lo estéis físicamente, pero eso no es convivencia. Vosotros y vuestra esposa vivís en lados opuestos de un muro de aislamiento, ¿no es así? Tenéis vuestros propios empeños, vuestras ambiciones, y ella tiene los suyos. Vivís detrás del muro, y de vez en cuando os asomáis por encima; y a eso le llamáis convivencia. Se trata de un hecho, ¿verdad? Podéis agrandarlo, suavizarlo, adoptar una nueva serie de palabras para describirlo, pero ese es el hecho real: que vosotros y otra persona vivís en el aislamiento, y a esa vida en el aislamiento le llamáis convivencia. Ahora bien, si hay verdadera convivencia entre dos personas, lo cual significa que entre ellas hay comunión, lo que tal cosa implica es enorme. Entonces no hay aislamiento; entonces hay amor, no responsabilidad ni deber. Las personas que están aisladas detrás de su muro son las que hablan de deber y responsabilidad. Pero el hombre que ama, no habla de responsabilidad; ama. Por lo tanto comparte con otro ser su alegría, su dolor, su dinero, ¿Son así nuestras familias? ¿Existe comunión directa con vuestra esposa, con vuestros hijos? Es obvio que no, señores. La familia, por consiguiente, es una simple excusa para que continúe vuestro nombre o tradición, para que ella os brinde lo que necesitáis, sexual o psicológicamente. La familia resulta, pues, un medio de auto perpetuación, de que continúe vuestro nombre. Esa es una clase de inmortalidad, un género de permanencia. También se utiliza la familia como medio de satisfacción. Exploto cruelmente a los demás en el mundo de los negocios, en el mundo político o social fuera de mi hogar; y en mi hogar procuro ser bueno y generoso.; ¡Qué absurdo! O si el mundo resulta demasiado para mí, deseo la paz y me voy a casa; sufro en el mundo, y vuelvo al hogar para tratar de hallar consuelo. Me valgo, de la convivencia como medio de satisfacción, lo cual significa que no quiero ser perturbado por mis relaciones. Eso es, pues, lo que ocurre, señores, ¿no es así? En nuestra familia hay aislamiento, no comunión; y por lo tanto no hay amor. El amor y el sexo son dos cosas diferentes, lo cual discutiremos en otra oportunidad. En nuestro aislamiento podremos desarrollar una forma de altruismo, una devoción, cierta bondad, pero es siempre detrás del muro, porque más nos inquietamos por nosotros mismos que por los demás. Si os interesaseis por los demás, si estuvierais realmente en comunión con vuestra esposa, con vuestro esposo, y por lo mismo fueseis abiertos al prójimo, el mundo no se hallaría en esta miseria. Es por eso que las familias en el aislamiento se vuelven peligrosas para la sociedad. ¿Cómo, pues, acabar con este aislamiento? Para acabar con este aislamiento debemos darnos cuenta de él; no debemos desentendernos de él o decir que no existe. Sí existe, ese es un hecho obvio. Daos cuenta del modo como tratáis a vuestra esposa, a vuestro esposo, a vuestros hijos; daos cuenta de la dureza de la brutalidad, de los asertos tradicionales, de la falsa educación. ¿Pretenderéis decir, señores y señoras, que si amarais a vuestra esposa o a vuestro esposo tendríamos este conflicto y miseria en el mundo? Es porque no sabéis amar a vuestra esposa, a vuestro esposo, que no sabéis amar a Dios. Queréis a Dios como un medio más de aislamiento, de seguridad. Después de todo, Dios es la seguridad final; pero tal búsqueda no es la búsqueda de Dios sino de un mero refugio, una evasión. Para encontrar a Dios debéis saber amar, no a Dios sino a los seres humanos que os rodean, a los árboles, a las flores, a las aves. Entonces, cuando sepáis amarlos, sabréis realmente que es amar a Dios. Si no amáis a los demás, si no sabéis lo que significa estar en completa comunión unos con otros, no podéis estar en comunión con la verdad. Pero, como veis, no pensamos en el amor, no nos interesa estar en comunión unos con otros. Queremos seguridad, ya sea en la familia, en la propiedad o en las ideas; y donde la mente busque seguridad, jamás podrá conocer el amor. Porque el amor es la cosa más peligrosa. Cuando amamos a alguien, en efecto, somos vulnerables, somos abiertos; y no queremos ser abiertos. No queremos ser vulnerables. Queremos estar encerrados, queremos estar más cómodos dentro de nosotros mismos. De suerte que una vez más, señores, el producir una transformación en nuestra convivencia no es asunto de legislación, de compulsión según los Shastras, ni de nada de eso. Para producir una transformación radical en la convivencia, tenemos que empezar por nosotros mismos, vigilaos a vosotros mismos, cómo tratáis a vuestra esposa e hijos. Vuestra esposa es una mujer, y con eso está dicho todo: ¡hay que usarla como felpudo! No miréis a las señoras; miraos a vosotros mismos. No creo que os deis cuenta, señores, del estado catastrófico en que el mundo se halla actualmente, pues de otro modo no seríais tan insensibles a todo esto. Nos hallamos al borde de un precipicio: moral, social y espiritual. No veis que la casa se quema, y estáis viviendo en ella. Si supierais que la casa se quema, si supierais que estáis al borde de un precipicio, actuaríais. Pero por desgracia os halláis cómodos, sois tímidos, vuestra vida es holgada, sois insensibles, estéis hastiados y exigís satisfacción inmediata. Dejáis, por lo tanto, que las cosas vayan a la deriva, y así la catástrofe mundial se avecina. No se trata de una simple amenaza sino de un hecho real. En Europa la guerra ya se pone en marcha; guerra, guerra, guerra, desintegración, inseguridad. Después de todo, lo que afecta a los demás os afecta a vosotros. Sois responsables de los demás, y no podéis cerrar vuestros ojos y decir “aquí en Bangalore estoy en seguridad”. Eso sería, evidentemente, un pensamiento muy miope y estúpido.
La familia, pues, se convierte en un peligro cuando hay aislamiento entre marido y mujer, entre padres e hijos, porque entonces la familia fomenta el aislamiento general. Más cuando los muros del aislamiento son derribados en la familia entonces estáis en comunión no sólo con vuestra esposa e hijos sino con el prójimo. Y entonces la familia no está encerrada, no es limitada; no es un refugio, una evasión. El problema, pues, no es un problema ajeno sino nuestro propio problema.

No hay comentarios:

Publicar un comentario