Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

lunes, 25 de junio de 2012

Selección Krishnamurti II


En una plática como esta, creo que es más importante experimentar lo que se dice, que limitarse a discutir en el nivel verbal. Uno está propenso a quedarse en el nivel verbal, sin “vivenciar” profundamente lo que oye decir; y “vivenciar” un hecho real es mucho más importante que descubrir si las ideas son o no verdaderas en sí, porque las ideas jamás habrán de transformar el mundo. La revolución no se basa en meras ideas. La revolución sólo llega cuando existe una convicción fundamental, una clara percepción de que tiene que haber una transformación interior y no simplemente externa, por más significativa que la exigencia externa puedo ser. Lo que desearía discutir aquí durante las reuniones de estos cinco domingos, es cómo producir, no un cambio superficial, sino una radical transformación, tan esencial en un mundo que rápidamente se desintegra. Por poco que observemos, debería ser obvio para la mayoría de nosotros -ya sea que viajemos o que permanezcamos en un solo lugar- que un cambio fundamental o revolución es necesario. Pero es difícil percibir el pleno significado de tal revolución; porque, aunque creamos que deseamos un cambio, una modificación, una revolución, casi todos nosotros esperamos eso de determinada norma de acción, de un sistema de izquierda o de derecha, o intermedio. Vemos la confusión, el horrible revoltijo, la miseria, el hambre, la guerra amenazante; y es obvio que la gente reflexiva exige acción. Pero, por desgracia, esperamos una acción conforme a determinada fórmula o teoría. La izquierda tiene un sistema, una norma de acción, como asimismo la derecha. ¿Pero puede haber revolución de acuerdo a tal o cual norma de acción, de acuerdo a una línea trazada, o la revolución surge del interés y alerta percepción del individuo que ha despertado? Sólo puede haber revolución, por cierto, cuando el individuo está despierto y es responsable. Ahora bien, es obvio que la mayoría de nosotros deseamos un plan de acción convenido. Vemos la confusión, no sólo en la India y en nuestra propia vida, sino a través del mundo. En todo rincón del mundo hay confusión, hay miseria, hay espantosa lucha y sufrimiento. Nunca hay un instante en que los hombres puedan estar en seguridad; porque, como las artes de la guerra se desarrollan de más en más, la destrucción resulta cada vez mayor. Todo eso lo sabemos; es un hecho evidente que no necesitamos ahondar. ¿Pero no es importante averiguar qué relación hay entre nosotros y toda esta confusión, caos y miseria? Porque, después de todo, si podemos descubrir nuestra relación con el mundo y comprender esa relación, tal vez seremos capaces de alterar esta confusión. Debemos pues, en primer término, ver claramente la relación que existe entre el mundo y nosotros, y entonces quizá, si cambiamos nuestra vida, podrá haber un cambio radical y fundamental en el mundo en que vivimos. ¿Cuál es, pues, la relación entre nosotros y el mundo? ¿El mundo es diferente de nosotros, o es cada uno de nosotros el resultado de un proceso total, que no es distinto del mundo sino que forma parte del mundo? Es decir, vosotros y yo somos el resultado de un proceso mundial, de un proceso total, no de un proceso separado, individualista; porque, al fin y al cabo, vosotros sois el resultado del pasado. Estáis condicionados por influencias ambientales, políticas, sociales, económicas, geográficas, climáticas, etc. Sois el resultado de un proceso total; no sois, por lo tanto, distintos del mundo. Vosotros sois el mundo, y lo que vosotros sois, eso es el mundo. Por consiguiente, el problema del mundo es vuestro problema; y si resolvéis vuestro problema, resolvéis el problema del mundo. No hay, pues, separación entre el mundo y el individuo. Tratar de resolver el problema del mundo sin resolver vuestro problema individual, es inútil, absolutamente vano, porque vosotros y yo constituimos el mundo. Sin vosotros y yo, no hay mundo. De suerte que el problema del mundo es vuestro problema: es un hecho obvio. Aunque nos agradaría pensar que somos individualistas en nuestros actos, separados, independientes, apartados, esa estrecha acción individualista de cada ser humano, después de todo, forma parte de un proceso total que llamamos el mundo. Así, pues, para comprender el mundo y producir en él una transformación radical, tenemos que empezar por nosotros mismos, por vosotros y yo, y no por alguna otra persona. La mera transformación del mundo carece de sentido sin la transformación de vosotros, que creáis el mundo. Porque, después de todo, el mundo no está distante de vosotros; donde vosotros vivís está el mundo de vuestra familia, de nuestros amigos, de vuestros vecinos. Y si vosotros y yo podemos transformarnos fundamentalmente, existe una posibilidad de cambiar el mundo; pero no de otra manera. Por eso es que todos los grandes cambios y reformas en el mundo han empezado por unos pocos, por los individuos, por vosotros y yo. La llamada “acción de masas” es simplemente la acción colectiva de individuos que están convencidos, y la acción de masas tiene significación tan sólo cuando los individuos en la masa están despiertos; pero si ellos están hipnotizados por palabras, por una ideología, entonces la acción de masas tiene que llevar al desastre. Viendo, pues, que el mundo está en un desorden aterrador, amenazado por las guerras, por el hambre, por la enfermedad del nacionalismo, con ideologías religiosas organizadas y corrompidas en acción; reconociendo todo eso, es obvio que para producir una revolución fundamental, radical, tenemos que empezar por nosotros mismos. Podréis decir: “yo estoy dispuesto a cambiar, pero llevará un número infinito de años si es preciso que cada individuo cambie”. ¿Pero es eso un hecho? Bueno, que lleve un gran número de años. Si vosotros y yo estamos realmente convencidos, si realmente vemos la verdad de que la revolución debe empezar por nosotros mismos y no por los demás, ¿llevará mucho tiempo el convencer y transformar al mundo? Porque vosotros sois el mundo; y vuestros actos afectarán al mundo en que vivís, que es el mundo de vuestras relaciones. La dificultad, empero, está en reconocer la importancia de la transformación individual. Exigimos la transformación mundial, la transformación de la sociedad en torno nuestro, pero somos ciegos y no estamos dispuestos a transformarnos nosotros mismos. ¿Qué es la sociedad? Es, por cierto, la relación entre vosotros y yo, produce la interrelación y crea la sociedad. De suerte que, para transformar la sociedad, así se llame ella hindú, comunista, capitalista o lo que os plazca, nuestra interrelación tiene que cambiar; y la interrelación no depende de la legislación, de los gobiernos, de las circunstancias externas, sino enteramente de vosotros y yo. Aunque seamos un producto del medio ambiente externo, es obvio que tenemos el poder de transformarnos, lo cual significa ver cuán importante es la verdad de que sólo podrá haber revolución cuando vosotros y yo nos comprendamos a nosotros mismos, además de comprender la estructura que llamamos sociedad. Esa es, pues, la dificultad a que tenemos que hacer frente en todas estas pláticas. El propósito no es producir una reforma mediante una nueva legislación, porque la legislación siempre requiere más legislación; lo que se trata es de ver la verdad de que vosotros y yo, en cualquier nivel social que vivamos, dondequiera nos encontremos, tenemos que producir una revolución radical y duradera en nosotros mismos. Y, como lo he dicho, la revolución que no es estática, que es duradera, la revolución que es constante de instante en instante, no puede surgir de acuerdo a plan alguno, de izquierda o de derecha. Esa constante revolución que se sustenta a sí misma, puede producirse tan sólo cuando vosotros y yo nos demos cuenta de la importancia de la transformación individual; y voy a discutir con vosotros, voy a disertar y a contestar preguntas desde ese punto de vista durante los cinco domingos siguientes. Ahora bien, si observáis, encontraréis que en todas las revoluciones históricas hay rebelión de acuerdo a una norma; y cuando la llama de esa rebelión se extingue, hay un retroceso hacia la vieja norma, en un nivel más alto o más bajo. Tal revolución no es en absoluto una revolución; es sólo un cambio, es decir, una continuidad modificada. Una continuidad modificada no alivia el sufrimiento; el cambio no conduce a la cesación del dolor. Lo que sí conduce a la cesación del dolor es que os veáis a vosotros mismos individualmente tal cuales sois, que os deis cuenta de vuestros pensamientos y sentimientos, y que produzcáis una revolución en vuestro pensar y sentir. De suerte que, como lo he dicho, aquellos de vosotros que esperan una norma de acción, me temo que puedan verse defraudados durante estas pláticas. Porque es muy fácil inventar una norma, pero mucho más difícil pensar las cosas a fondo y ver claramente el problema. Si sólo buscamos una respuesta a un problema, sea él económico, social o humano, no comprenderemos el problema porque nos concentraremos en la respuesta no en el problema mismo. Estudiaremos la respuesta, la solución. Si, en cambio, estudiamos la cuestión, el problema en sí, hallaremos que la respuesta, la solución, está en el problema y no alejada del problema. Nuestro problema, pues, es la transformación del individuo, de vosotros y de mí, porque el problema del individuo es el problema del mundo; no son problemas separados. Lo que vosotros sois, eso es el mundo; y ello es obvio. ¿Qué es nuestra sociedad actual? Nuestra sociedad actual, de Occidente o de Oriente, es el resultado de la astucia, del engaño, de la codicia, de la mala voluntad del hombre, etc. Vosotros y yo hemos creado la estructura, y sólo vosotros y yo podemos destruirla y dar origen a una nueva sociedad. Mas para crear la nueva sociedad, la nueva cultura, tenéis que examinar y comprender la estructura que está desintegrándose, que vosotros y yo hemos construido juntos. Y para comprender aquello que habéis construido, tenéis que comprender el proceso psicológico de vuestro ser. Así, pues, sin conocimiento propio no puede haber revolución; y una revolución es esencial, no de tipo sangriento -lo cual es relativamente fácil- sino una revolución mediante el conocimiento propio. Esa es la única revolución duradera y permanente, porque el conocimiento propio es un constante movimiento del pensar y del sentir, en el que no hay refugio; es un constante fluir de la comprensión de lo que sois. De suerte que el estudio de uno mismo es mucho más importante que estudiar cómo se ha de producir una reforma en el mundo, porque, si os comprendéis a vosotros mismos y con ello os transformáis, habrá naturalmente una revolución. Esperar de una panacea, de una norma de acción, la revolución de la vida externa, podrá traer un cambio temporario; pero cada cambio temporario exige nuevos cambios y más efusión de sangre. Mientras que si estudiamos con sumo cuidado el problema de nosotros mismos, que es tan complejo, causaremos una revolución de mucha mayor grandeza y duración, de un tipo más valioso, que la mera revolución económica o social. Espero, pues, que veamos la verdad y la importancia de esto: que con el mundo en semejante estado de confusión, de miseria y de hambre, para poner orden en este caos debemos empezar por nosotros mismos. Pero la mayoría de nosotros somos demasiado perezosos o demasiado torpes para empezar a transformarnos. Es tanto más fácil dejar que lo hagan otros, esperar una nueva legislación, especular y comparar. Pero lo que nos incumbe es estudiar el problema del sufrimiento de un modo inteligente y cuerdo, ver las causas que no residen en las circunstancias externas sino en nosotros mismos, y producir una transformación. Para estudiar cualquier problema hace falta la intención de comprenderlo, la intención de ahondarlo y de descifrarlo, de no eludirlo. Si el problema es suficientemente grande y urgente, la intención también es firme; pero si el problema no es grande, o si no vemos su urgencia, la intención se debilita. Si, en cambio, nos damos cuenta del problema y tenemos la clara y definida intención de, estudiarlo, nada esperaremos de autoridades externas, de un líder, de un “gurú”, de un sistema organizado; porque siendo nosotros mismos el problema, ningún sistema, ni fórmula, ni “gurú”, ni dirigente, ni gobierno, puede resolverlo. Una vez que la intención es clara, la comprensión de uno mismo se torna comparativamente fácil. Pero el establecer esta intención es la mayor dificultad, porque nadie puede ayudarnos a comprendernos a nosotros mismos. Puede que otros pinten verbalmente el cuadro; pero el experimentar un hecho que está en nosotros, el ver sin juzgar determinado pensamiento, acción o sentimiento, es mucho más importante que el escuchar verbalmente a los demás, o el seguir determinada línea de conducta, etc. Lo primero, pues, es comprender que el problema del mundo es el problema del individuo; es vuestro problema y el mío, y el proceso del mundo no es separado del proceso individual. Son un fenómeno conjunto, y por lo tanto lo que vosotros hacéis, lo que pensáis, lo que sentís, es mucho más importante que elaborar leyes o pertenecer a determinado partido o agrupación de personas. Esa es la primera verdad que hay que percibir, lo cual es obvio. Es esencial una revolución en el mundo; pero la revolución de acuerdo a determinada norma de acción no es una revolución. Una revolución sólo puede ocurrir cuando vosotros, individuos, os comprendéis a vosotros mismos y creáis por consiguiente un nuevo proceso de acción. Necesitamos, por cierto, una revolución, porque todo se está desbaratando; las estructuras sociales se desintegran, hay guerras y más guerras. Nos encontramos al borde de un precipicio, y es obvio que tiene que haber alguna clase de transformación, por que no podemos seguir como estamos. La izquierda propone un tipo de revolución, y la derecha propone una modificación de la izquierda. Pero tales revoluciones no son revoluciones; ellas no resuelven el problema, porque el ente humano es demasiado complejo para ser comprendido a través de una mera fórmula. Y como es necesaria una revolución constante, ella puede tan sólo empezar por vosotros, por vuestra comprensión de vosotros mismos. Ese es un hecho, es la verdad, y no podéis eludirlo, sea cual fuere el ángulo desde el cual lo abordéis. Luego de ver la verdad al respecto, tenéis que establecer la intención de estudiar el proceso total de vosotros mismos; porque lo que vosotros sois, eso es el mundo. Si vuestra mente es burocrática, crearéis un mundo burocrático, un mundo estúpido, un mundo de rutina oficinesca; si sois codiciosos, envidiosos, estrechos, nacionalistas, crearéis un mundo en el que habrá nacionalismo, que destruirá a los seres humanos, una estructura social basada en la codicia, en la división, en la propiedad, etc. De suerte que lo que vosotros sois, eso es el mundo; y sin vuestra transformación no habrá transformación del mundo. Pero, el estudiarse uno mismo exige extraordinario cuidado, una flexibilidad en extremo veloz; y una mente agobiada por el deseo de un resultado jamás podrá seguir el veloz movimiento del pensar. La primera dificultad, entonces, está en ver la verdad de que el individuo es responsable, de que vosotros sois responsables de todo el lío; y cuando veáis vuestra responsabilidad, en establecer la intención de observas y por lo tanto de producir una transformación radical en vosotros mismos. Ahora bien, si la intención existe podemos ir adelante y empezar a estudiarnos a nosotros mismos. Al estudio de vosotros mismos debéis llegar con la mente despejada, ¿no es así? Pero si ya habéis afirmado que sois “atman”, o “paramatman”, o lo que sea, si buscáis una satisfacción de esa índole, ya os halláis atrapados en un armazón de pensamiento, y por lo tanto no estudiáis vuestro proceso total. Os miráis a vosotros mismos a través de una pantalla de ideas, lo cual no es estudio, no es observación. Si yo quiero conoceros, ¿qué tengo que hacer? Tengo que estudiaros, ¿no es así? No puedo condenaros porque sois brahmanes o pertenecéis a alguna otra bendita casta. Debo estudiaros, observaros, atisbar vuestros estados de ánimo, vuestro temperamento, vuestro lenguaje, vuestros vocablos, vuestros modales, etc. Pero si os miro a través de un tamiz de prejuicios, de conclusiones, entonces no os comprendo; sólo estudio mis propias conclusiones, que carecen de significación cuando lo que procuro es entenderos. Análogamente, si deseo comprenderme a mí mismo, tengo que descartar toda la serie de pantallas, las tradiciones y creencias establecidas por otras personas, sin que importe que se trate de Buda, de Sócrates o de quien fuere; porque el “tú”, el “yo”, es una entidad extraordinariamente compleja, con diferentes máscaras, diferentes facetas, según el momento y la ocasión, las circunstancias, las influencias ambientales, etc. El “yo” no es un ente estático; y el conocerse y comprenderse uno mismo es mucho más importante que estudiar los dichos de los demás o mirarse a sí mismo a través del tamiz de las experiencias ajenas. Existiendo, pues, la intención de estudiarnos a nosotros mismos, los tamices, los asertos, las experiencias y conocimientos ajenos, carecen evidentemente de valor. Porque, si yo quiero conocerme a mí mismo, tengo que saber qué soy, no qué debería ser. Un “yo” hipotético carece de valor. Si yo deseo saber la verdad respecto de algo, debo mirarlo, no cerrarle la puerta. Si lo que estudio es un automóvil, tengo que estudiarlo por sí mismo, no comparar un Packard con un Rolls Royce. Debo estudiar el coche como Rolls Royce, como Packard, como Ford. El individuo es de suma importancia, porque es él, en su vida de relación, quien crea el mundo. Cuando veamos esa verdad, empezaremos a estudiarnos a nosotros mismos prescindiendo de los asertos de otros, por grandes que sean. Sólo entonces podremos seguir sin condenación ni justificación el proceso íntegro de todo pensamiento y sentimiento que exista en nosotros, con lo que empezaremos a comprenderlos. Cuando existe, pues, la intención, puedo proceder a investigar aquello que soy. Es obvio que soy el producto del medio ambiente. Ese es el comienzo, tal primer hecho que hay que ver. Para descubrir si soy algo más que el mero producto de las influencias ambientales y climáticas, debo primero estar libre de esas influencias, que existen en torno mío y de las que soy el producto. Soy el resultado de las condiciones, de los absurdos, de las supersticiones, de los innumerables factores, buenos y malos, que forman el medio ambiente en torno mío; y para descubrir si soy algo más, tengo evidentemente que estar libre de esas influencias, ¿verdad? Para comprender algo más, debo primero comprender lo que es. El afirmar simplemente que soy algo más, carece de sentido hasta que esté libre de las influencias ambientales de la sociedad en que vivo. La libertad es el descubrimiento del verdadero valor de las cosas que me rodean, y no el mero hecho de negarlas. La libertad llega ciertamente con el descubrimiento de la verdad acerca de todo lo que me rodea: la verdad acerca de la propiedad, de las cosas, de la convivencia, de las ideas. Sin descubrir la verdad acerca de esas cosas, no puedo encontrar lo que pueda llamarse “verdad abstracta” a Dios. Estando atrapada en las cosas que me rodean, es obvio que la mente no puede ir más lejos, no puede ver ni descubrir lo que está más allá. El hombre que busca comprenderse a sí mismo, tiene que comprender su relación con las cosas, con la propiedad, con las posesiones, con el país, con las ideas con las personas que le rodean de un modo inmediato. Este descubrimiento de la verdad acerca de la vida de relación no consiste en repetir palabras, en arrojar sobre los demás, verbalmente, ideas sobre la convivencia. El descubrimiento de la verdad acerca de la interrelación, viene con la experiencia de la relación con la propiedad, con las personas, con las ideas; y es esa verdad la que resulta libertadora, no el mero esfuerzo de estar libró de la propiedad o de la convivencia. Uno puede descubrir la verdad acerca de la propiedad de la interrelación, de las ideas, tan sólo cuando existe la intención de descubrir la verdad y no sufrir la influencia del prejuicio, de las exigencias de tal o cual sociedad o creencia, de los preconceptos respecto de Dios, la verdad o lo que os plazca; porque el nombre, la palabra, no es la cosa. La palabra “Dios” no es Dios sino tan sólo una palabra; y para ir más allá del nivel verbal de la mente, del conocimiento, hay que experimentar directamente, y para experimentar directamente hay que estar libre de aquellos valores que la mente crea y a los cuales se aferró. Comprender, por lo tanto, este proceso psicológico de uno mismo, es mucho más importante que comprender el proceso de las influencias ambientales externas. Es importante que os comprendáis a vosotros mismos primero, porque al comprenderos causaréis una revolución en vuestras relaciones y con ello crearéis un mundo nuevo.

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