El estudio de mercados narrativos europeos del siglo XIX produce diversos
hallazgos. En el plano general, se establece que el mercado europeo de la
novela está dominado por Francia, que tiene hegemonía simbólica (p.184) y en
segundo lugar, Inglaterra. El resto de los países toma selectivamente, se
identifican ciertas afinidades culturales, de España hacia Francia y contra
Inglaterra, de Holanda al revés. En un grado más micro, se nota una dimensión
esencialmente urbana-centralizada de la novela, la vida que interesa ocurre en
Paris o Londres (p.166). Por otro lado hay un grado de provincialismo cultural
(p.149) en cuanto a la selección de libros y su tiempo de traducción. Los
distintos tamaños de las bibliotecas correlacionan con distintos criterios de selección,
una especialización acorde con el tamaño del mercado (p. 159). Una menor
cantidad de libros resulta en una selección más hegemónica (p. 146-147) lo que
en un mercado creativo implica además mayor conservadurismo (p.149). En
especial en el caso del a-islamiento de Inglaterra hay una tardía traducción
(p.157) y una ausencia de novelas extranjeras (p.148). El dominio del mercado
por dos potencias implica para los nuevos actores un costo de entrada al
mercado, en el mercado normal, una empresa muy grande puede sacar a un nuevo
competidor del mercado, en este caso podemos hablar de canones o paradigmas
establecidos acorde con el soft-power de los actores dominantes[1].
Una primera consideración de interés es el estudio
cuantitativo del material literario, que se relaciona con la pregunta más
amplia del paradigma científico social o qué preguntas nos hacemos sobre la
realidad. El estudio cuantitativo, por supuesto, convierte las obras en series
(p.143), lo que no puede ser usado como argumento contra el método mientras no
reclame primacía de perspectiva, que por supuesto, el autor evita. Esto significa
mantener el reino de la sociología y el estudio literario separados, cada uno
con su propio paradigma inconmensurable. Si bien el objeto se toca, la manera de
verlo es por completo distinta. Para el cientista social es inevitable la
pregunta sobre la novela como fetiche cultural o expresión ideológica de la
ascendente clase burguesa, e incluso cuando mira el interior de la novela hará
otras preguntas. Por dar un ejemplo, en Guerra
y Paz la clase aristocrática se
escribe entre ella en francés, idioma del “cosmopolitismo” del siglo XIX[2] y
evita su identidad rusa hasta que Napoleón invade, cuando las cartas
rápidamente se escriben en ruso. Es celebre la escena del baile de Natacha,
nombre que lleva el reciente libro de Orlando Figes. Pero si uno puede
comprender esto e incluso simpatizar con ello, es distinto a sentirlo del modo
que un ruso lo siente, “con el cuerpo”.
He aquí una metáfora útil para el problema de la
inconmensurabilidad de la ciencia. Nuestra socialización en una comunidad de
conocimiento, nuestra dependencia económica y de prestigio en subscribir a los
canones y métodos aprobados por esa comunidad en un tiempo-lugar establecido, y
nuestra identificación emocional con ella nos ponen en la dificultad de estar
indispuestos a suspender los propios paradigmas tomando una perspectiva
resolutamente transdisciplinaria[3].
No quiero decir aquí que considerar las novelas números sea más cierto que
considerarlas obras de maestra creación personal[4] o productos
del espíritu. Nada más se nota una dificultad cuando los intelectuales, que
históricamente han buscado o creído en la verdad (usualmente con mayúscula y en
occidente cercana a nociones teológicas) se tornan sobre su propia obra como un
trabajo especializado y producto de una organización económico-social.
El uso de la palabra mercado trae inmediatamente la pregunta sobre demanda u oferta, es decir, en qué medida el canon es una decisión legitima y en qué medida excluye a grupos (Robert Southey, un prominente poeta de la época, cuyo nombre a casi desaparecido ahora de la historia con excepción de esta anécdota, les advirtió a las hermanas Brontë que se dedicaran a otra cosa porque la literatura no era oficio de mujeres) y aunque sea legitima, en qué grado constituye una imposición de la élite, bajo la tesis marxista de que la ideología dominante en cada época es la ideología de la clase dominante.
Para nosotros esto significa una tarea de investigar
la verdad patente del valor históricamente definido de ciertos textos
(incluidos los históricos evidentemente), es decir, por qué se valoran o se
leen estos textos y no otros, por ejemplo, y bajo qué circunstancias.
[1] La historia mundial de la
literatura tiene una ventaja sobre la historia mundial política en la medida
que puede desligarse con gran facilidad de la perspectiva eurocéntrica, pues la
predominancia militar europea no prohibió la creación literaria independiente en
todo el mundo. Por otro lado, si quiere hacerse una historia de las conexiones
literarias, también hay precedentes prometedores, por ejemplo, en la influencia
de los Jatakas sobre los hermanos
Grimm y de Las mil y una noches sobre Chaucer y Dante.
[2] Cierta variante de teoría
geopolítica relaciona políticas de balance de poder con cosmopolitismo, el
cambio de alianzas dificulta identificación étnica continúa y la guerra parece
un juego de la élite. En el mismo capítulo se describe la relación entre una
situación geopolítica favorable, sentimientos étnicos y unificación idiomática.
Aquí recuerdo el punto sobre Hollywood y su desdén del cine de cualquier otro
origen. (Collins, Randal, Macrohistory,
Standford, California, p.91) (Moretti,
P. 157)
[3] Esto también tiene relación con un
cambio en la confianza que se tiene sobre la ciencia y el progreso. Si se le
preguntaba a Marx o Freud, o cualquier otro intelectual de importancia con la
perspectiva del siglo XIX, no había conocimiento más allá de la capacidad de la
mente humana y en consecuencia, no había una serie de ciencias divididas de
acuerdo a sistemas institucionales regulados que coincidiera con la realidad,
sino el conocimiento que cada individuo busca (una noción ilustrada, individual
de la búsqueda de conocimiento) y nada más. Este optimismo, si bien exagerado,
ha desaparecido con notable rapidez.
[4] Recuérdese la tesis de Foucault a
propósito de la muerte del autor.
FUENTES: Franco Moretti, Atlas of the European novel 1800-1900.
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