Laón Daudet,
hijo de Alphonse, también escritor de importancia y líder del partido
monárquico francés, entregó un informe en su Acción Francesa sobre el Salón del
Automóvil en el que arrancó, quizá no literalmente, con la identidad: “el
automóvil es la guerra”. Lo que subyacía a esta sorprendente conexión de ideas
era la noción según la cual la superación de los instrumentos técnicos, de los
ritmos, de las fuentes de energía y afines, no encontrando en nuestra vida
privada un provecho adecuado y exhaustivo, no obstante fuerzan su
justificación. Y se justifican renunciando a una interacción armónica, en la guerra
que al devastar demuestra que la realidad social no estaba madura para integrar
a la técnica como órgano; que la técnica no era lo suficientemente poderosa
para someter a las fuerzas sociales elementales. Podemos afirmar, sin que vaya
en detrimento de la importancia de las raíces económicas de la guerra, que la
guerra imperialista está condicionada en su núcleo más duro y fatal por la
discrepancia abismal entre los inmensos medios de la técnica y la ínfima
clarificación moral que aportan. De hecho, y a causa de su naturaleza económica,
la sociedad burguesa no puede hacer otra cosa que aislar a la técnica de lo
considerado espiritual; no tiene más remedio que excluir en lo posible a la
técnica del derecho de codeterminación del orden social. Toda guerra venidera
será a la vez una rebelión de esclavos de la técnica.
Nuestros
autores hablan con gusto de la guerra. Su obtuso concepto carece de imagen
ligada a ella, al hablar de ella con los superlativos más alienados, como por
ejemplo, lo “Real del Mundo”, ven en ella la manifestación suprema del Ser.
La futura
guerra tendrá un cariz en que las categorías soldadescas se despiden
definitivamente a favor de las deportivas, ya que las acciones militares se
registraran como records. Cada tanto llegarán a nuestros oídos informaciones “tranquilizadoras”.
La guerra se basará en records de exterminio y deberá contar con dosis de riesgo
elevadas a exponentes absurdos.
¿Qué
violentas e innombrables fuerzas son estas que una vez colmado por la felicidad
de la paz lo libran de cuerpo y alma a la guerra? Filibusteros profesionales
han tomado la palabra. Su horizonte llamea pero no por ello es menos estrecho
¿y qué es lo que divisan entre las llamas?
La conducción
de un solo bombardero basta para privar a los ciudadanos de aire, luz y vida.
El modesto lanzador de bombas que en la soledad de las alturas, solo consigo
mismo y su dios, goza de las prerrogativas de su padeciente jefe supremo, el
Estado, y que donde estampa su firma, deja de crecer la hierba.
Fragmentos de “Teorías del Fascismo Alemán”,
Walter Benjamin.
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