La letra de la palabra mata, pero el espíritu de la palabra da vida.
2
Corintios 3:6
Jesús no
quería una nueva religión. Vivió y murió como un judío marginal. Debemos
comprender que el personaje histórico no corresponde con la realidad (la
realidad es más amplia que lo “concreto”, e incluye factores psíquicos, tanto
como ficciones o relatos simbólicos con significancia trascendente). El génesis
no debe ser tomado literalmente. Conozco a cristianos que no creen en la rencarnación,
sino la entienden como un mito - entiéndase, no como “mentira” sino en su realidad
antropológica – Pero detrás de toda la religión no organizada, detrás de los
dogmas y creencias, declaraciones desmesuradas y fundamentalismos, había un
propósito admirable. El desarrollo espiritual del ser humano intenta crear una
sensación de amor y comunión con el universo y la humanidad completa. Este no
es el opio del pueblo, ni la regresión al padre protector. Se trata de la
realidad y la verdad misma, escasamente comprendida. Quien comprenda su lugar
en el mundo puede ver las estrellas y decir “Ese también soy yo”. Quien
entienda que no nació al venir al
mundo, sino proviene del mundo; entiende
que su muerte no es motivo de angustia, pues no destruye, sino cambia, y el
cambio de una cosa a otra es la naturaleza de la vida. Los grandes maestros
(Buda, Jesús, Mahoma, Confucio, Lao Tse, Gandhi y otros) han mostrado una capacidad inconcebible de
emanar amor y compasión. Dudo la sabiduría del hombre que, tras cierto aprendizaje, condena
todo esto a la irracionalidad y tontería que muchos ateos manifiestan. Pues ¿Cuánto
cree en su frágil individualidad, en su ego, aquel que se declara ateo, y con
ello cierra toda reflexión o dilema sobre el universo?
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