Aunque Confucio encarecía la benevolencia y el esfuerzo, afirmaba que el éxito de nuestras acciones obedece al mandato del cielo-concepto moral, no religioso- (天命 tien-ming). Lo único que depende de cada uno es la intención buena o mala con que se hagan las cosas y la voluntad que se ponga en ello.
A propósito de esto, un ermitaño dijo de él, con algo de sorna:
«¿No es ése el hombre que va diciendo que nada puede hacerse
para salvar el mundo y sin embargo sigue intentándolo?».
A propósito de esto, un ermitaño dijo de él, con algo de sorna:
«¿No es ése el hombre que va diciendo que nada puede hacerse
para salvar el mundo y sin embargo sigue intentándolo?».
En cierta ocasión Confucio y sus discípulos se encontraban en situaciones adversas mientras andaban de viaje. Sus provisiones se agotaron y varios discípulos cayeron enfermos tras días de ayuno.
Perdidos en un pantano, tras caminar por horas, uno de ellos se disgustó y le dijo al maestro:
-Por lo visto también los hombres sabios pasan hambre
-Ciertamente -respondió Confucio-, El sabio no pierde la compostura cuando tiene que sufrir. El hombre vulgar manifiesta constantemente su descontento.
-Por lo visto también los hombres sabios pasan hambre
-Ciertamente -respondió Confucio-, El sabio no pierde la compostura cuando tiene que sufrir. El hombre vulgar manifiesta constantemente su descontento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario