Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.

jueves, 12 de enero de 2012

De dioses, hombres y cosas

¿Cuántas personas hay en la tierra? ¿Cuántas personas han muerto en esta misma tierra? ¿Cuántos dioses hay en cielo? ¿Uno? ¡Vaya trabajo que tiene!


Hace tiempo ya deseche la idea de promover motivos ideológicos ulteriores a través de la lógica formal o informal. Todo propósito intelectual tiene detrás una mayor realidad afectiva. Así como la novela realista de Flaubert tiene más de Flaubert que de ausente, las ideas propias de la época, y de los hombres que en ella viven sus contradicciones, a saber, los intelectuales, no son más que una respuesta sentimental. En esto, el marxismo, como el psicoanálisis están en lo correcto; pero declarar que por ello el hombre se ha perdido en el mar de la estructura, o que la respuesta emocional traumática, así como la dialéctica histórica, someten de alguna manera las voluntades de las personas, es en efecto, una noción individualista paradójica. So bien existe la libertad; se ignora a menudo, que la libertad es mayor en tanto mayor sea el compromiso individual a un motivo superior para el bienestar afectivo de la mayoría. El hombre de “Memorias del subsuelo” sacrifica esa felicidad griega de amplio bienestar, esa vida virtuosa donde cada acto construye una perfección que nadie nunca conoció, para desarrollar sus contradicciones. De esto se trata el mundo moderno. La presencia material de las cosas, o los traumas agregados de la infancia, el lenguaje, la razón, la religión; la suma de estructuras cargadas sobre una persona lo pone en la condición que los griegos creían inferior, inhumana: la de esclavo. La libertad psicológica y espiritual del hombre, ambas creadas después de Aristóteles, fue destruida radicalmente cuando nos dimos cuenta que hasta el mismo lenguaje son metáforas, y que no es posible distinguir entre figura literaria y figura racional. Fue, a mi juicio, un incipiente apócrifo nihilismo, pues es en esta materia, la de la estructura, que el hombre encuentra su desafío existencial coyuntural. En la antigüedad nadie pensó en culpar al antílope por su necesidad para comer, y los cazadores comían con su esfuerzo. Del mismo modo, un ser humano del siglo XXI debe asumir su posición hombre-cosmos, y elegir entre la apócrifa hegemonía de los medios masivos para enterarse de cuáles son sus contradicciones. Esta es nuestra libertad.


El gran problema de siete billones de habitantes, además del hipotético ciclo maltusiano siguiendo a un apocalipsis nuclear, es la soledad ontológica de la masa. La masa nunca se rebeló y Ortega muere un poco más cada día. Elegimos la conciencia cartesiana científica, elegimos al individuo, pero no a la igualdad de conciencia. El otro es similar a mí, y solo a través de la comunicación – palabra tan desmerecida – entre personas autenticas puede el ser humano hacerse poderoso. La realidad del cuerpo es un objeto, recibe las fuerzas Newtonianas, y cualquier cosa que haga, sea el acto sexual o el deporte olímpico, puede ser descrita por una ecuación física. La subjetividad racional del ser humano, que es, a todas luces, parte integral de su forma, es humanidad en tanto puede desarrollarse en presencia de los otros. En la violencia psicopática encontramos algo similar a la norma de Wall Street, “haz a los otros antes que te hagan a ti”. La violencia, expresión sexual o humana, es una manifestación concreta de la entidad tangible instrumental. Nadie querría dinero sino hubiera alguien a quien mostrar riqueza, nadie querría un imperio sino hubiera esclavos para trabajar la tierra. El deseo se quiere, en última instancia, a si mismo por sobre todo lo demás, y el deseo de uno quiere el deseo de otro, empero, este diagnostico hegeliano, proveniente de un imperialista burgués, puede arreglarse con un toque de liberalismo económico, y es que “cooperar es más eficiente”. En lugar de la conquista, que nunca satisface, pues es sobre los entes, debemos desarrollar una relación genuina para con el individuo-mundo y persona-sociedad. La amistad es solo una forma de esta exigencia, y su ausencia del polo posmoderno, confinado al ente, es un claro mensaje: Hay que cuidar de uno mismo. El conocimiento independiente de su conciencia, aspiraciones y motivaciones, siguiendo a uno o varios maestros, es siempre superior a la multiplicidad del aprendizaje televisivo – que no es aprendizaje -. Saber por qué queremos dinero, casa, etc. viene antes de perseguirlo ¿Cuántas crisis económicas más necesitamos antes de entender los limites y ventajas del crédito? El deseo de uno quiere, dijimos, el deseo de otro ¿Por qué perseguir el cuerpo, cuando podemos tener a la persona completa? El conquistador se volvió esclavo de su conquista.


La sociedad latinoamericana fue marcada por la conquista y evangelización sistemática de sus habitantes. Sería una falta histórica grave suponer que los indígenas se amaban unos a los otros, como supone Galeano. No obstante, lo que es claro es que la conquista fue un apocalipsis. Así como en las asiduas películas hollywoodenses, expresiones de la paranoia y la decadencia estadounidense, el imperio inca o azteca vio unos marcianos con armas avanzadas llegar y asesinar a sus habitantes. Una vez concluida la tarea, la cultura europea del español, cultura, por cierto, nada central en Europa, se consagro en el trono colonial, con su máximo representante, nada menos que Dios, en la cima ¿Fue Dios quien conquisto América? No, Dios está y siempre estará ausente. Lo que conquisto América fue la voluntad de poder de los hombres.


“¿Qué buscas? ¿Querrías multiplicarte por diez, por cien? ¿Buscas seguidores? ¡Busca ceros!”

La voluntad de poder, como Nietzsche la desarrolló, tiene por primer deseo su propia existencia. Las consecuencias de esto son fundamentales si consideramos que los conquistadores de América fueron una tropa de delincuentes, prisioneros del sistema y  militares marginales. El monoteísmo del judaísmo salió del dios Atón, nada menos que por el faraón Akhenaton (Amenhotep IV) cuyo nombre sería borrado de los anales egipcios por traer el imperio a su decadencia y mover la capital, olvidando las raíces religiosas y militares que glorificaron a Egipto. Los judíos, bajo Ramsés, crearon un relato mítico-histórico, el relato bíblico, a posteriori, para cambiar la misma raíz del pueblo y decir “nosotros siempre fuimos monoteístas”; solidarizando en una manera que podríamos considerar un síndrome de Estocolmo, o con más tolerancia, otro ejemplo de la estructura material marxista y la conciencia psicológica sobre los hombres y las culturas. Vemos que cada reacción a la conquista desea dominación. Es quizá la mera costumbre, que siempre hay unos “pocos” debajo, y los sometidos, reducidos, en el caso del ideal espiritual, son las mujeres.


Una particularidad del dios cristiano sumamente interesante es que un Dios decididamente masculino. El “santo padre” tiene al pontífice y todo un ejército de hombres santos, pero nunca una mujer. La única madre que se encuentra en el cristianismo es María, pero tuvieron que hacerla virgen para que calzara. Si en toda cultura la tierra es madre, lo que siempre supimos, que la fertilidad femenina debe ser cultivada tanto en el sexo como en la agricultura, desaparece cuando el mundo suprasensible platónico consigue su expresión máxima en la abstracción religiosa. Ya no hay tierra, la tierra está corrupta, y por eso mismo, María debe necesariamente ser virgen, y Jesús, no puede, como últimamente se ha averiguado y ocultado, tener hermanos, porque ello significaría la corrupción de la femineidad; es decir, la expresión de una femineidad genuinamente femenina. Lao-tse no tuvo ningún problema en reivindicar las actitudes estereotípicamente femeninas del yin.”El que conoce su fuerza masculina, pero se atiene a su fuerza femenina, se vuelve como el profundo cauce del mundo”  Las feministas y mujeres del mundo actual a menudo exteriorizaron su emancipación del machismo occidental milenario a través de la conquista, reflexión arquetípica del ideal masculino. El alcoholismo, el insulto, la barbarie, la promiscuidad, han sido siempre rasgos masculinos por antonomasia; por lo que una forma de emancipación radical es ser mujer y, a la vez, ser promiscua y alcohólica. “El progreso social puede ser medido por la posición social del sexo femenino.” Dice Marx. Hay que cuestionar en qué grado es una oposición femenina, o cuánto se ha feminizado el hombre y masculinizado la mujer. Los mitos de creación invariablemente empiezan por una separación desde la unidad. Es claro que las meras palabras masculinas y femeninas sirven para poco más que contemplación intelectual, a menudo inútil. Lo que hay que ver es la posición social de las mujeres.


Ningún juicio moral nos corresponde aquí. Se trata simplemente de una respuesta dialéctica a la sociedad, que por lo pronto constituye un ejemplo más de la importancia coyuntural, marxista-psicoanalista sociológica, que a todos nos define.


 “Proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo”
                                                                                                                                        Voltaire


Alegremente de acuerdo con los bellos ideales románticos, creo firmemente que la libertad existencial es posible, aun frente a la más ignominiosa realidad humana. El punto es qué hacer con ella. La humilde sumisión egocéntrica del contradictorio ciudadano metropolitano, científico, conocedor, sin contradicciones, deja de ser libertad cuando se encierra en su espacio físico. La propia habitación es la extensión de la conciencia, por lo que encerrarse en la habitación sin salir al mundo es renacer a Descartes. “Pienso, luego existo”, toma la forma de “habitación, luego yo” Nadie puede ser libre en los confines de su propia conciencia. Cierto acto es necesario, cierta relación con el mundo es indispensable si uno quiere al menos saberse alienado. Solo conocemos nuestros límites observando a quienes nos superan, por lo que sin observar a nadie, es natural que seamos ilimitados.

¿Cuál es el límite del ser humano? Ah, la mort, concluye el amor ¿Qué prójimo hay en la muerte?

La obsesión por la muerte es tan profunda, tan angustiante, que la única manera que encontramos para seguir viviendo fue crear religión y soñar en conjunto. Un mito siempre es un sueño de su cultura, y todos soñamos con vivir para siempre. No es raro, por tanto, que las enseñanzas de Lao-tse y Buda hayan sido tomadas por algunos de sus discípulos, para luego ser moldeadas y modificadas hasta convertirlos, en algunas corrientes, en dioses, y crear una inmortalidad taoísta que Lao-tse habría encontrado risible.


Dios, como imagen suprema por sobre los hombres, se opone como punto de partida a toda entidad o fundamento sociológico, cultural, económico y psicológico. Toda creencia en Dios es una creencia centrada en Dios. Si él muere por mí, si él me promete un paraíso luego de esta vida ignominiosa, si el sufrimiento no es gratuito, si la tierra es corrupta, no tengo ni tendré nunca ningún problema en tanto puedo, siempre, remontarme al absoluto suprasensible. La conciencia humana es un problema, pues parece existir siempre. Hay quienes han sugerido que el edén es un recuerdo del vientre materno. En ese lugar, donde Dios cuidaba de mí y yo no tenía que hacerme persona, encuentro el principio y fin de mi conciencia. La propia idea de la nada es un absurdo, pues nadie puede imaginarse la muerte como el fin de su existencia sin colocar en su conciencia un poco de existencia, ergo, la inmortalidad es la forma suprema de atracción. Es el sexo, es el dinero, es la pasión, es la mente misma fuera de mi cuerpo, es todo en el cielo infinito y supremo una vez que haya terminado esta existencia y venga la siguiente.


El dionisismo es, ante todo, la perdida de la individuación. La cercanía con la locura destruye y reduce a cenizas todo el racionalismo griego que encarnaría la religión católica institucionalizada en su iglesia. En efecto, nada tienen que ver las personas con la iglesia. Si la iglesia fuera de los hombres, sus crímenes, las cruzadas, la inquisición, el robo, las indulgencias, la conquista, las guerras de los papas, la corrupción, la pedofilia, etc., habrían hace tiempo destruido esta religión. Pero su religión no es de este mundo, y por eso, las particularidades socio-económicas son de minúscula importancia. Porque su religión no es de esta tierra, los crímenes del pasado se consideran superados y olvidados. Porque su religión no es de la carne, los crímenes del presente se esconden de los tribunales tras las mazmorras.


Del deber espiritual se desprende la misma negación de la entidad. Cuando deberíamos superar la entidad, ni siquiera la reconocimos, y ahora estamos devorados por ella. Una cultura de la decadencia es un rechazo inocente, infantil, que todavía no se atreve a conocer su límite. Quien se ama a sí mismo para rechazar el amor al prójimo no se entera de qué es el amor. Por eso tenemos a los discursos clásicos, hablando en idiomas muertos a gente que no existe, frente al discurso posmoderno, con un vaso de ron y un “noticiario” televisivo, para contarle la verdad que le hace creerse parte del mundo. Se entretiene con la tragedia, ve la muerte y se regocija en su superior moral, o en la falta de ella ¿Pero cuánto está devorado?


La angustia existencial al conocer la propia mortalidad y no encontrar un sentido para la vida lleva al sufrimiento. La primera gran verdad del budismo es “toda existencia es sufrimiento”. No es suficiente, por supuesto, quedarse en ello.


“Al maestro (Confucio) se le pregunto:
¿Maestro, cómo podemos servir correctamente a los espíritus?
Y Confucio respondió: ¿Todavía no sabemos cómo servir bien a los hombres, y preguntas sobre los espíritus?
Al maestro se le pregunto: ¿Qué es la muerte?
Y Confucio respondió: ¿Todavía no sabemos de la vida y preguntas sobre la muerte?”


La materialidad del ente es indispensable para la existencia. La distinción cuerpo-alma y razón-sentimientos, introducidas por los griegos, nunca fueron populares en oriente ¿Para qué pensar, sino queremos? ¿Cómo pensar si no deseamos? ¿Cómo existir sin cuerpo? Detesto esta creencia supersticiosa de las pasiones, como si las pasiones nos ocurrieran y no tuviéramos nada que ver con ellas, como si uno se enamorara igual que cae de unas escaleras. Sartre habla de la intencionalidad de la conciencia, porque en ella está nuestra libertad, y de ella construimos nuestra vida.  Muchos fundamentalistas religiosos desaprueban del suicidio ¿pero qué acto es más libre que el suicidio? La vida no es un don de Dios, es propia y libre. La sociedad japonesa Heian impedía el suicidio mientras los padres vivieran, pues en ellos causaría sufrimiento nuestra muerte. Nadie vive solo, somos una red de construcciones sociales y relaciones afectivas. Si necesitaron hacernos inmortales, es porque en la muerte está nuestra libertad. Si necesitaron hacernos espíritu, es porque la carne sufre, y nos trae al mundo. Todos los seres humanos viven en el mundo de las cosas, unos dominados por ellas, otros dominados por su negación. En el camino medio está la libertad.

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