¡Qué dolor en mi corazón!
¡Qué dolor!
¡Qué gozo en mi alma!
¡Qué gozo!
En mi
corazón arde la pasión como un fuego.
En mi
alma se ha puesto una luna de tiniebla.
¡Oh almizcle!
¡Oh luna!
¡Oh ramos sobre la duna!
¡Qué verde!
¡Qué esplendor!
¡Cuánto aroma!
¡Oh boca sonriente, cuya humedad adoro!
¡Saliva cuya miel he probado!
¡Luna revelada, con las mejillas cubiertas
del rojo atardecer!
Desnuda
de sus velos,
sería tormento y por ello es esquiva.
Sol
mañanero que escala los cielos,
ramo de duna en un jardín plantado,
lo contemplo sin pausa, con temor reverente,
y riego el ramo con suave lluvia celestial.
Cuando
se levanta es maravilla en la mirada,
cuando se pone es causa de mi muerte.
Desde
que la belleza puso sobre su frente
corona de oro virgen, amo el oro.
Si Satán
hubiera contemplado en Adán
el fulgor de su rostro, no se hubiera
revuelto.
Si Hermes hubiera interpretado las líneas
que la belleza escribió en su rostro,
no hubiera escrito nada.
Si la
reina de Saba la hubiera visto sobre el trono,
no pensara en el suyo, ni en palacios.
¡Oh, el sarh en el valle, el ban en la espesura!
enviadme con la brisa vuestro perfume,
cargado del aroma dulce
de las flores entre sus valles y colinas.
¡Oh ban del valle!, muéstrame tus ramas
y brotes suaves como las líneas de su cuerpo.
Narra la
brisa la juventud pasada
en Hágir, en Miná y Qubáe ,
y en la dunas donde el valle se tuerce
junto al vedado,
y en La’la, donde pacen las gacelas.
No es
extraño, no es raro
que un hombre se enamore de las bellas
y, cuando arrulla la paloma,
con el nombre de su amada se extasíe.
Y ¡qué
gozo!
Ibn Arabí
Del: Tarjum´n al-axvaq (“El intérprete de los sueños”).
No hay comentarios:
Publicar un comentario