“Todo gran hombre ejerce una fuerza retroactiva.
Por ello se reconsidera toda la historia y miles de secretos del pasado salen
deslizándose de sus escondites y quedan expuestos… al sol que los ilumina. No
es posible prever todo lo que será, un día, la historia. ¡Puede que el pasado
siga aun esencialmente velado! ¡Se precisan todavía tantas fuerzas
retroactivas!”
Nietzsche, Gaya
Ciencia, Aforismo número 34.
“El
realista Maquiavelo elaboró su Arte de la
Guerra acudiendo al sistema de reclutamiento anterior a las guerras
púnicas, imitando el corpus castrense grecorromano descrito en las crónicas de
Curcio, Herodoto, Jenofonte, Josefa, Polibio, Salustio, Tito Livio y Tucídides.
Basta esto para imaginar la metamorfosis del pensamiento estratégico a la
fábula. Finalmente, el realista tampoco carece de fantasía.[1]”
Lo
dicotomía de la ciencia social y las ciencias naturales ha sido tema de largos
tratados epistemológicos. Pero si la búsqueda de certezas es común, su trato
con ellas es distinto. La ciencia social nunca tendrá la misma relación con sus
“causas” que un sistema cerrado en física. No por ello es una superior a la
otra, y, sin embargo, nuestra cuestión, nuestra problemática, tiene aún algo
distinto a ambas. La complejidad, tamaño y número de causas no admiten certezas
reduccionistas. Por ello, también, nos convoca la modestia de admitir cualquier
tesis como un conjunto de conjeturas sobre los fragmentos de la historia
propicios. No es arbitrario, pero tampoco carece de creatividad. La
originalidad es a menudo creída como avidez de novedades, pero crear una obra
maestra en arte significa expandir el universo de su lenguaje, y para ello es
necesario, primero, conocer el límite del horizonte presente. Como la del arte,
la creatividad de la historia consiste en imaginar y crear de manera original, por volver al origen; revisitarlo, y darle nuevos
horizontes.
Cuentan
que sus discípulos protestaron numerosas veces contra el arduo trabajo de
Miguelangelo Buonarroti en la Capilla Sixtina. En su ya veterana senectud y
consecuente deteriorado estado físico, subía a enormes andamios para trabajar
todo el día con la cabeza arriba, pintando el techo. No era solo su compromiso
que se juzgaba excesivo, pero con frecuencia le decían “Maestro, nunca podrá
terminar esta obra antes de morir, ya ha hecho tantas cosas, ¿por qué no
descansa?”. A lo que él respondía “Todos los hombres mueren, y continúan
viviendo hasta el día de su muerte ¿Por qué he de detenerme antes de mi muerte?
Ninguna obra de arte se termina. Solo se abandona.”
Se
ha comprendido que Miguelangelo encarna el espíritu de un oficio comprometido.
Nosotros, también, trabajaremos hasta el último de nuestros días en un oficio
interminable. La historia también participa de lo bello. Su propósito es
múltiple, y se requerirán largas disensiones antes de un consenso entre
partícipes del mismo oficio. Del mismo modo, aunque pocos estarán de acuerdo en
una misma definición de arte, parece
universalmente reconocido que el camino es su fin, que hacerlo vale la pena. De
Vico aprendemos la cercanía de los historiadores con los poetas. La diferencia
no radica en los permisos del primero, tanto como las demandas especiales del
segundo. No podemos trabajar solos. Incluso en el rincón más obscuro de un
archivo recóndito, escribiendo en altas torres, relatos abandonados por los
hombres, el esfuerzo y su intención lo unen a las personas que rescata. Aquel
recuerdo lo une con sus personajes. En adelante, su arte, su trozo de ficción,
lo hace hermano de los muertos.
Se
necesita, por tanto, el ejercicio asiduo de la imaginación, tanto en descubrir
y conocer – alimentado por la curiosidad – como en trabajar y establecer
relaciones – el ejercicio crítico de la memoria – Sin embargo, es sensato
admitir que el paradigma de la disciplina, como todo lo valioso en este mundo,
ha sido sujeto a cambio con las épocas. Recordemos las protestas de Ranke en
contra del método deductivo en la historia. Si bien podemos presentar numerosas
objeciones a las teorías y determinaciones, preconcepciones que ciegan antes de
admitir la vista, las ideas de Hegel y Marx son nada más que la exaltación de
una parte natural que nos mueve a establecer relaciones. Escribir lo que ha
ocurrido no amonta a las obras de reyes y records del Estado – si fuera así,
dedicaríamos años al estudio minucioso de impuestos – sino en comprender el
hecho, la vida, la época, con todas sus manifestaciones, en necesaria relación
no-determinada con el pasado efectivo, el pasado percibido, el presente como lo
vieron, el futuro que esperaban y los juicios que hacemos hoy al respecto. Una
manzana cayendo puede describirse meticulosamente sin conseguir más que una
nimiedad. Pero una manzana que cae sobre la cabeza de Newton, es pronto sujeta
a la misma ley general que el movimiento de los astros. Su relación conecta el
cosmos con lo inmediato. En efecto, la inteligencia trata de poco más.
Pero
si la deducción encuentra un camino en los grandes procesos y conjeturas omni
abarcantes, ello destripa el oficio de su necesaria modestia. Decir “la
historia son las relaciones económicas” o “la historia es el Geist”, “la historia es el eterno
retorno” o “la historia es lo fragmentario” sin admitir los propios límites, a
la vez que reconocer las virtudes de otras interpretaciones, conduce la vida de
los hombres al epitafio de un raciocinio delirante. Cualquier intento por
reducir la historia a un monismo de explicación progresiva o dialéctica, de
encontrar en ella fuerzas ocultas, invisibles razones o voluntades cuasi
divinas; debe necesariamente lidiar con la masa damnata de sus horrores. Las guerras mundiales pueden ser
explicadas, pero hablar con comodidad de la muerte, en un siglo, de doscientos
millones de personas, es ya un acto inadmisible. Por tanto, existe un rol ético
inevitable, pues se trata con la vida de personas que, si bien muertas, son en
verdad, nuestra familia. Considérese un viejo refrán egipcio: “Nombrar a los
muertos, es hacerlos vivir de nuevo.” Recordamos sus experiencias, porque son
también nuestros recuerdos.
Narrar
es contar, y si pasamos largas noches leyendo a nuestros niños, es porque
creemos que los cuentos los edifican como personas. La historia, y las
historias, revelan la libertad fundamental de los hombres. La cultura pone
límites normativos al comportamiento y rol dentro de ella, pero los individuos
hacen de ellos un camino. No es menos libre quien cumple con reglas morales
estrictas, sino quien, sin compromiso, olvida todo aquello que es valioso. El
hombre verdaderamente encadenado es quien carece de memoria. El camino de la
vida es también el camino de los tiempos, y si “un recuerdo no es más que una
imagen”[2],
nos basta esa afición, ese amor al relato de la infancia para vencer la condena
del puro intelecto. Cierto, debemos elegir nuestros caminos. Qué historia
haremos será cerrada por qué pensamos o definimos a priori como ella. Que la
teoría preceda a la historia (Marrou) no es distinto en esencia a la cultura
que nos mueve y permite el ejercicio de nuestra libertad. Las profecías de Marx
determinan un camino para la historia. Con todo su genio, el hombre vio el
inmenso poder de la economía sobre los hombres. El materialismo histórico, como
Freud, o los entusiastas estructuralistas, se apresuran a condenar un Prometeo
que nunca perdió por completo su amor. Fue amarrado al Cáucaso por revelar a
los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas a devorar su
hígado, perpetuamente renovado. Pero, como Sísifo, comprendemos que la condena
más grande no puede quitarle lo más importante que tiene. Sísifo fue condenado
a rodar eternamente una piedra hasta la cima de una montaña, desde donde cayera
por su propio peso. Ve entonces como la piedra cae en algunos instantes hacia
ese mundo inferior desde el que habrá de volverla a subir hasta las cimas, y
baja de nuevo a la llanura. La historia se escribirá sobre el mismo relato, las
mismas experiencias, una y otra vez, revisitando el pasado de hombres que han
muerto, por nosotros, hombres que han de morir. Aprendemos que la tarea nunca
será agotada. Sísifo es dueño de su piedra, su destino le pertenece. “Este
universo sin amo no le parece estéril ni fútil. El esfuerzo mismo para llegar
las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Hay que imaginarse a
Sísifo dichoso.[3]” Por
el contrario, cuando, desde hoy, se ve el pasado y decimos “Yo sé”. Ese momento
es el de la roca, la victoria de la efigie taciturna, de los hombres condenados
para siempre en el bronce. Incipit el
ingenio tiránico en el uso y abuso de la historia. Hegel y el Geist encarnaba en la dialéctica
progresiva histórica un devenir racional teleológico y con ello justificaba el
imperialismo europeo. Hegel, cuya originalidad, nos dice Nietzsche, consistió
en “inventar un panteísmo en el cual el mal, el error y el sufrimiento no
pueden ya servir de argumento contra la divinidad”. “Pero el Estado, las
potencias establecidas, han utilizado inmediatamente esta iniciativa grandiosa.[4]”
Si el pasado selectivo rige el presente, las guerras serán inevitables. La
venganza será el motor de la historia. Tenemos que a la vez juzgar, comprender
y recordar, jamás renunciando a la tarea de proteger la vida de las personas.
¿Qué es humanidad exactamente, dónde esta el contexto necesario para usar esa
palabra? Un judío marginal hace dos mil años decía: “Ustedes han oído que se dijo: "Ojo
por ojo y diente por diente." Pero yo les digo: No
resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla
derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito
para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a
llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y
al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.[5]”
Tal
vez la más importante consideración sea esta. La de tratar con la vida. Nos
exige un trabajo profundo e incesante. Por ello, nos otorga una libertad
incomparable. Prometeo vive libre a través del fuego que otorga a los hombres
con su sacrificio, y no existe mayor libertad que esa.
[1]
Abraham, T. Del Arte de la Guerra,
Buenos Aires: Aguilar (2010)
[2]
Seignobos, C. (Citado por Prost) p.175
[3]
Camus, A. El mito de Sísifo. Buenos
Aires: Losada (2007) p. 138
[4]
Idem, p.174
[5]
Mateo 5:38.
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