Como decía Mario Vargas Llosa en su discurso al recibir el nobel, la ficción de la literatura y otras artes son un escape, a la vez que un reconocimiento: Que la realidad no es suficientemente buena.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.
Pongo este blog con algunos cuentos y ensayos modestos escritos por mí, para entrener a quién le interesen, aburrir a quién le afliga, aborrecer a algún desdichado perdido y con suerte, quizás, si Dios me lo permite, emocionar algún alma sensible.
Si cree encontrar errores ortográficos o de redacción, tenga con toda seguridad la certeza que es con intenciones artísticas o educativas, para que al darse cuenta de mi error se sintiese bien de su amplio conocimiento.
jueves, 29 de noviembre de 2012
martes, 27 de noviembre de 2012
Whitman
I celebrate myself, and sing myself,
And what I assume you shall assume,
For every atom belonging to me
as good belongs to you
Me celebro a mí mismo, y me canto,
Y lo que asuma también asumirás tú
Pues cada átomo perteneciente a mí
también pertece a ti.
And what I assume you shall assume,
For every atom belonging to me
as good belongs to you
Me celebro a mí mismo, y me canto,
Y lo que asuma también asumirás tú
Pues cada átomo perteneciente a mí
también pertece a ti.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Captain of My soul / Capitán de Mi Alma
“Out of the
night that covers me,
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.”
William Ernest Henley
Black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds, and shall find, me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.”
William Ernest Henley
"Más allá de la noche
que me cubre,
negra como el insondable abismo,
doy gracias a cualquiera dioses existan
por mi alma inconquistable.
En la aciaga garra de la circunstancia
no he dolido ni llorado al viento
negra como el insondable abismo,
doy gracias a cualquiera dioses existan
por mi alma inconquistable.
En la aciaga garra de la circunstancia
no he dolido ni llorado al viento
Sometido a los golpes del
destino
mi cabeza sangra, aún erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
yace el Horror de la sombra,
mi cabeza sangra, aún erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
yace el Horror de la sombra,
Y aun la amenaza de los
años
encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma."
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Pedir dirección
Yo dije: ¿qué de mis ojos?
Dios dijo: Tenlos en el camino
Yo dije: ¿y mi pasión?
Dios dijo: Que siga quemando
Yo dije: ¿y mi corazón?
Dios dijo: Dime ¿qué hay dentro de él?
Yo dije: Dolor y tristeza
Él dijo: ...quédate con ello
La herida es el lugar donde la luz entra a ti.
Rumi
lunes, 19 de noviembre de 2012
La división de los camellos
Hacía pocas horas que viajábamos sin
detenernos cuando nos
ocurrió una aventura digna de ser relatada, en la que mi compañero
Beremiz, con gran talento, puso en práctica sus habilidades de eximio
cultivador del Álgebra.
Cerca de un viejo albergue de caravanas medio abandonado, vimos
tres hombres que discutían acaloradamente junto a un hato de
camellos.
Entre gritos e improperios, en plena discusión, braceado como
posesos, se oían exclamaciones:
-¡Que no puede ser!
-¡Es un robo!
-¡Pues yo no estoy de acuerdo!
El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que discutían.
-Somos hermanos, explicó el más viejo, y recibimos como herencia
esos 17 camellos. Según la voluntad expresa de mi padre, me
corresponde la mitad, a mi hermano Hamed Namur una tercera parte
y a Harim, el más joven, solo la novena parte. No sabemos, sin
embargo, cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por
uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna de las
particiones ensayadas hasta el momento, nos ha ofrecido un
resultado aceptable. Si la mitad de 17 es 8 y medio, si la tercera
parte y también la novena de dicha cantidad tampoco son exactas
¿cómo proceder a tal partición?
-Muy sencillo, dijo Beremiz. Yo me comprometo a
hacer con justicia ese reparto, mas antes permítanme que una a esos
17 camellos de la herencia este espléndido animal que nos trajo aquí
en buena hora.
En este punto intervine en la cuestión.
-¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo vamos a seguir el
viaje si nos quedamos sin el camello?
-No te preocupes, bagdalí, me dijo en voz baja Beremiz. Sé muy
bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a que
conclusión llegamos.
Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le entregué sin el
menor titubeo mi bello jamal, que, inmediatamente, pasó a
incrementar la cáfila que debía ser repartida entre los tres herederos.
-Amigos míos, dijo, voy a hacer la división justa y exacta de los
camellos, que como ahora ven son 18.
Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:
-Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 17, esto es: 8 y
medio. Pues bien, recibirás la mitad de 18 y, por tanto, 9. Nada
tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.
Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:
-Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 17, es decir 5 y
poco más. Recibirás un tercio de 18, esto es, 6. No podrás
protestar, pues también tú sales ganando en la división.
Y por fin dijo al más joven:
-Y tú, joven Harim Namur, según la última voluntad de tu padre,
tendrías que recibir una novena parte de 17, o sea 1 camello y parte
del otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 18 o sea, 2. Tu
ganancia será también notable y bien podrás agradecerme el
resultado.
Y concluyó con la mayor seguridad:
-Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido,
corresponden 9 camellos al primero, 6 al segundo y 2 al tercero, lo
que da un resultado: 9 + 6 + 2 de 17 camellos. De los 18
camellos sobra por tanto uno. Uno, como saben, que pertenecía al badalí,
mi amigo y compañero, y es justo que se le devuelva al haber resuelto la disputa.
ocurrió una aventura digna de ser relatada, en la que mi compañero
Beremiz, con gran talento, puso en práctica sus habilidades de eximio
cultivador del Álgebra.
Cerca de un viejo albergue de caravanas medio abandonado, vimos
tres hombres que discutían acaloradamente junto a un hato de
camellos.
Entre gritos e improperios, en plena discusión, braceado como
posesos, se oían exclamaciones:
-¡Que no puede ser!
-¡Es un robo!
-¡Pues yo no estoy de acuerdo!
El inteligente Beremiz procuró informarse de lo que discutían.
-Somos hermanos, explicó el más viejo, y recibimos como herencia
esos 17 camellos. Según la voluntad expresa de mi padre, me
corresponde la mitad, a mi hermano Hamed Namur una tercera parte
y a Harim, el más joven, solo la novena parte. No sabemos, sin
embargo, cómo efectuar la partición y a cada reparto propuesto por
uno de nosotros sigue la negativa de los otros dos. Ninguna de las
particiones ensayadas hasta el momento, nos ha ofrecido un
resultado aceptable. Si la mitad de 17 es 8 y medio, si la tercera
parte y también la novena de dicha cantidad tampoco son exactas
¿cómo proceder a tal partición?
-Muy sencillo, dijo Beremiz. Yo me comprometo a
hacer con justicia ese reparto, mas antes permítanme que una a esos
17 camellos de la herencia este espléndido animal que nos trajo aquí
en buena hora.
En este punto intervine en la cuestión.
-¿Cómo voy a permitir semejante locura? ¿Cómo vamos a seguir el
viaje si nos quedamos sin el camello?
-No te preocupes, bagdalí, me dijo en voz baja Beremiz. Sé muy
bien lo que estoy haciendo. Cédeme tu camello y verás a que
conclusión llegamos.
Y tal fue el tono de seguridad con que lo dijo que le entregué sin el
menor titubeo mi bello jamal, que, inmediatamente, pasó a
incrementar la cáfila que debía ser repartida entre los tres herederos.
-Amigos míos, dijo, voy a hacer la división justa y exacta de los
camellos, que como ahora ven son 18.
Y volviéndose hacia el más viejo de los hermanos, habló así:
-Tendrías que recibir, amigo mío, la mitad de 17, esto es: 8 y
medio. Pues bien, recibirás la mitad de 18 y, por tanto, 9. Nada
tienes que reclamar puesto que sales ganando con esta división.
Y dirigiéndose al segundo heredero, continuó:
-Y tú, Hamed, tendrías que recibir un tercio de 17, es decir 5 y
poco más. Recibirás un tercio de 18, esto es, 6. No podrás
protestar, pues también tú sales ganando en la división.
Y por fin dijo al más joven:
-Y tú, joven Harim Namur, según la última voluntad de tu padre,
tendrías que recibir una novena parte de 17, o sea 1 camello y parte
del otro. Sin embargo, te daré la novena parte de 18 o sea, 2. Tu
ganancia será también notable y bien podrás agradecerme el
resultado.
Y concluyó con la mayor seguridad:
-Por esta ventajosa división que a todos ha favorecido,
corresponden 9 camellos al primero, 6 al segundo y 2 al tercero, lo
que da un resultado: 9 + 6 + 2 de 17 camellos. De los 18
camellos sobra por tanto uno. Uno, como saben, que pertenecía al badalí,
mi amigo y compañero, y es justo que se le devuelva al haber resuelto la disputa.
-Eres inteligente, extranjero, exclamó el más
viejo de los tres
hermanos, y aceptamos tu división con la seguridad de que fue hecha
con justicia y equidad.
-Ahora podrás, querido amigo, continuar el viaje en tu camello,
manso y seguro.
Y seguimos camino hacia Bagdad.
hermanos, y aceptamos tu división con la seguridad de que fue hecha
con justicia y equidad.
-Ahora podrás, querido amigo, continuar el viaje en tu camello,
manso y seguro.
Y seguimos camino hacia Bagdad.
jueves, 15 de noviembre de 2012
Apatía e Impudicia
Hoy, mientras esperaba
la micro en un paradero lleno de gente, a las seis y media, vi a un mendigo acercarse
desde el otro lado de la calle y exclamar con simultánea fuerza y dolor: “Tengo
hambre.”
“ALGUIEN PORFAVOR DEME
UNA MONEA PA COMER”
Nadie siquiera se dio
vuelta a mirarlo. Pero si era posible evitar su apariencia, el tono de su voz
nos arrancaba del estado apático que todo hombre urbano convoca cuando la
ignominia aparece descarnada enfrente y resulta una molestia.
“¿ME IGNORAN? MIREN COMO
ME IGNORAN, MIREN COMO HUYEN DE MI”
Todos miraban en la
dirección contraria. “TENGO HAMBRE” dijo más fuerte. Sentí un escalofrío y
quise darle algo, pero no traía conmigo una sola moneda (estaba intentando
ahorrar).
La micro paró y la
masa de gente peleó por subirse. El vagabundo dijo, con voz fuerte: “que se
vaya a la cresta” (o alguna variación de ello) y entró al bus. Había un
fiscalizador que inmediatamente lo paró.
-
Usted no
puede entrar señor.
¿No es aquí la palabra
"señor" más que un eufemismo que simula respeto cuando es irrespetuoso? ¿Qué significa
“señor”? ¿Puede uno echar a un “señor” de la micro con solo identificar su ropa
mugrienta, su piel seca y su cabello sin cortar? ¿Puede uno dejar a un señor padecer hambre?
El mendigo se
enfureció y arguyó que, ante tantos jóvenes que no lo hacían, nada importaba si
el no pagaba, luego le preguntó al fiscalizador en qué consistía su trabajo,
para qué lo hacía. Tras ser expulsado varias veces gritó:
“Lo único que le’ importa
e’ el dinero”
Un terrible escalofríos pasó por todo mi cuerpo.
Estaba inmerso, mirando la entrada de la micro, cuando en el siguiente paradero
subieron tres adolescentes. El primero acercó la tarjeta, que marcó roja tres
veces seguidas. Luego pasó de largo y sus dos amigos se le unieron. Ninguno
pagó el pasaje.
¿y qué derecho tendría
yo a hacer un discurso ahora? ¿hice yo algo?
Francesco
Walden, por qué Thoreau fue a los bosques
“I went to the woods
because I wanted to live deliberately, I wanted to live deep and suck out all
the marrow of life, To put to rout all that was not life and learn from it, and
not when I had come to die, discover, that I had not lived.
"Fui a los bosques porque quería
vivir deliberadamente, quería vivir profundamente y beber de la esencia de la
vida, aplastar todo lo que no fuera vida y ver si no podía aprender lo que ella
tenia que enseñar, no sea que cuando estuviera a punto de morir, descubriera,
que no había vivido.”
Leer
Es verdad que no hay que cansarse de
reclamar a los escritores claridad, simplicidad y deferencia hacia las
masas que no escriben, pero alguna vez nos asalta la duda de que no
todos sepan leer. Leer es muy fácil, dicen aquellos a quienes la larga
costumbre de los libros ha quitado todo respeto por la palabra escrita;
pero quien, en cambio, más que libros trata con hombres o cosas, y tiene
que salir por la mañana y regresar de noche endurecido, si por
casualidad se concentra sobre una página, comprende que tiene ante sus
ojos algo áspero y extraño, desvanecido y al mismo tiempo fuerte, que lo
agrede y lo desalienta. Es inútil decir que éste último está más cerca
de la verdadera lectura que el otro.
Sucede con los libros como con las
personas. Hay que tomarlos en serio. Pero, precisamente por eso, debemos
guardarnos de hacer de ellos ídolos, es decir, instrumentos de nuestra
pereza. En esto, el hombre que no vive entre libros, y que para abrirlos
debe hacer un esfuerzo, tiene un capital de humildad, de desconocida
fuerza –la única verdadera– que le permite acercarse a las palabras con
el respeto y el ansia con que nos acercamos a una persona predilecta. Esto vale mucho más que la “cultura”; en efecto, es la verdadera
cultura. Necesidad de comprender a los demás, caridad hacia los otros,
que es, al fin, el único modo de comprenderse y amarse a sí mismo: aquí
se inicia la cultura. Los libros no son los hombres, son medios para
llegar a ellos; quien ama a los libros y no ama a los hombres es un fatuo condenado.
Hay un obstáculo al leer – el
mismo, en cualquier campo de la vida–: la demasiada seguridad en sí
mismo, la falta de humildad, el rechazo del prójimo, del que es
distinto. Siempre nos hiere el inaudito descubrimiento de que alguien ha
visto, no mucho más lejos que nosotros, pero sí de un modo distinto.
Estamos hechos de tristes costumbres. Nos gusta asombrarnos, como los
niños, pero no demasiado. Cuando el estupor nos obliga a salir realmente
de nosotros mismos, a perder el equilibrio para encontrar otro, quizá
más arriesgado, entonces fruncimos la boca, pataleamos, verdaderamente
nos volvemos niños. Pero de éstos nos falta la virginidad que es
inocencia. Nosotros tenemos ideas, tenemos gustos, ya hemos leído
libros: poseemos algo, y como todos los poseedores, tememos por ese
algo.
Lamentablemente, todos hemos leído. Sucede a menudo que,
así como los más pequeños burgueses se atienen al falso decoro y a los
prejuicios de clase mucho más que los audaces aventureros del gran
mundo, el ignorante que ha leído algo se aferra ciegamente al gusto,
a la banalidad, al prejuicio que ha absorbido, y desde aquel día, si se
le ocurre leer todavía, todo lo juzga y lo condena según esa norma. Es
tan fácil aceptar la perspectiva más banal, y mantenerse en ella,
seguros del consentimiento de la mayoría. Es tan cómodo suponer que todo
esfuerzo ha terminado y se conoce la belleza, la verdad y la justicia.
Es cómodo y vil. Es como creer que al regalar una moneda al vagabundo, nos hemos absuelto de nuestro eterno y
temido deber de caridad hacia el hombre. Nada haremos, ni aun en esto, sin el
respeto y la humildad: la humildad que va abriendo grietas de luz a
través de nuestra sustancia de orgullo y pereza, el respeto que nos
persuade de la dignidad de los otros, del diferente, del prójimo como
tal.
Se sabe que los
libros, cuanto más pura y llana es su voz, tanto más dolor y tensión han
costado a quien los ha escrito. Es inútil, por lo tanto, esperar
sondearlos sin pagar nada. Leer no es fácil. Y sucede que quien ha
estudiado, quien se mueve ágilmente en el mundo del conocimiento y del
gusto, quien no posee el tiempo y los medios para leer, muy a menudo no
tiene alma, está muerto al amor por el hombre, está encostrado y
endurecido en el egoísmo de casta. En cambio, quien anhelaría, como
anhela la vida, ese mundo de la fantasía y el pensamiento, casi siempre
está aún privado de los primeros elementos: le falta el alfabeto de
cualquier lenguaje, no le sobran tiempo ni fuerzas, o, peor, está
extraviado por una falsa preparación, casi una propaganda, que le oculta
y desfigura los valores. Quienquiera que afronte un tratado de física,
un texto de contabilidad, la gramática de una lengua, sabe que existe
una preparación específica, un mínimo de nociones indispensables para
sacar provecho de la nueva lectura. ¿Cuántos se dan cuenta de que se
requiere un análogo bagaje técnico para acercarse a una novela, a un
poema, a un ensayo, a una meditación? ¿Y, además, que estas nociones
técnicas son inconmensurablemente más complejas, sutiles y fugitivas que
las otras, y no se encuentran en ningún manual y en ninguna biblia? Se
piensa que un relato, un poema, por el hecho de que hablen, no al
físico, al contador o al especialista, sino al hombre que hay en todos
ellos, han de ser naturalmente accesibles a la común atención humana. Y
éste es el error. Una cosa es el hombre, otra los hombres. Pero que poetas, narradores y filósofos
se dirijan al hombre en absoluto, al Hombre, al hombre abstracto, es una ingenua creencia. Ellos
hablan al individuo de una determinada época y situación, al individuo
que siente determinados problemas y busca resolverlos a su manera,
también y sobre todo, cuando lee novelas. Será entonces necesario, para
comprender las novelas, situarse en la época y proponerse los problemas;
lo que quiere decir, ante todo, en este terreno, aprender los
lenguajes, la necesidad de los lenguajes. Convencerse de que si un
escritor elige ciertas palabras , ciertos tonos y giros insólitos, tiene
por lo menos el derecho de no ser inmediatamente condenado, en nombre
de una precedente lectura donde los giros y las palabras eran más
ordenados, más fáciles, o solamente diferentes. Esta tarea del lenguaje
es la más vistosa, pero no la más ardiente. Por cierto que todo es
lenguaje en un escritor que sea tal, pero basta justamente con haberlo
comprendido para encontrarse en un mundo de los más vivos y complejos,
donde la cuestión de una palabra, de una inflexión, de una cadencia, se
vuelve en seguida un problema de costumbre, de moralidad. O, sin más de
política.
Baste esto, entonces. El arte, como se
dice, es una cosa seria. Es por lo menos tan seria como la moral o la
política. Pero si tenemos el deber de apoyarnos en éstas con aquella
modestia que es búsqueda de claridad –caridad hacia los otros y dureza
para nosotros– no se ve con qué derecho, ante una página escrita,
olvidamos el ser hombres y que un hombre nos habla.
Cesare Pavese
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